Cinéfilo 16 - Marzo 2014 | Page 69

muchísimo lugar para la abstracción y para la fascinación por la textura, muchísimo más que el que el sonido deja para sí mismo. El sonido define un espacio físico donde la imagen puede no ser un índice, o un símbolo, sino simplemente la abstracción cromática de una mirada embriagada por el mar. Es ahí donde el sonido es mucho más un registro de lo real que señala con fuerza el espacio. No se extrañifica y se mantiene en un orden mucho más reconocible para el oído. Es notable que uno de los aspectos más sobresalientes y minuciosos de las películas del Lab sea el trabajo del sonido por parte de Ernst Karel. Si bien soy lego y poco apto acústicamente, tanto en Leviathan como en Sweetgrass —una película anterior de Castaign-Taylor sobre pastores y ovejas— el sonido es un componente fundamental en la construcción del espacio y de su amplitud, y en la permanencia de un elemento que marca y dicta su presencia a lo largo de todo la película pese a no ser visible. En este caso el sonido del mar y el de las máquinas y motores del barco es una frecuencia baja y pesada que atraviesa los oídos y apela a una leve excitación del bajo vientre, que junto con un ángulo del horizonte en deriva permanente, remiten a las nauseas típicas que los pocos adeptos al mar creemos nos son inherentes. A pesar de su audacia en el acercamiento a otro tipo de (des)orden perceptivo y a la abstracción y la textura como una apuesta por otro orden de consciencia y por una interrogación por cómo vemos y oímos más que cómo, dónde y cuándo vivimos, Leviathan estimula una experiencia casi sinestésica, donde además de ver y escuchar el mar, casi podemos tocarlo por orden de otros dos sentidos. En algún punto reivindica una veta cinematográfica de cine trisensorial (vista, tacto y oído) que habría que estudiar en profundidad y cuyo interés está más enfocado en el orden del cuerpo, el deseo y la libido que en el de la historia. Curiosamente, un filme hecho por antropólogos parece intentar deshacerse de esa ciencia como centro de gravedad narrativo, situarse en un orden de conciencia mucho más difuso para poder dar cuenta de la experiencia, tanto en su faz cognitiva como sensorial. Mientras veía Leviathan se me hizo presente otro cineasta muy afín a la exploracion sensorial de la imagen y el sonido: Philippe Grandrieux. En la primera entrega de Il se peut que la beauté ait renforcé notre résolution, dedicada al cineasta japonés Masao Adachi, el mismo Adachi decía lo siguiente: “La película tiene que ser devuelta al mundo de las sensaciones. Dado que filmamos con nuestras sensaciones, debemos terminar la película con sensaciones y no como prisioneros de nuestras ideas. Una sensación es un cosa que fluye, es muy fluida, mientras que las ideas son fragmentos de pensamiento. A decir verdad, aquello que se filma sólo son fragmentos de pensamiento. La película sólo es visible una vez que vuelve al mundo de las sensaciones. Es un asunto en el que me gustaría internarme, y que me provoca deseos de experimentar.” Esa resistencia a ser prisioneros de otras ideas, como las de lo que debería ser un documental, la investigación antropológica o una obra de arte es lo que quizás hace de Leviathan un objeto tan particular, misteriosamente oculto en la profundidad del orden perceptivo y cognitivo que invoca para sí. ██