muchísimo lugar para la abstracción y para la
fascinación por la textura, muchísimo más que el
que el sonido deja para sí mismo. El sonido define
un espacio físico donde la imagen puede no ser un
índice, o un símbolo, sino simplemente la abstracción cromática de una mirada embriagada por el
mar. Es ahí donde el sonido es mucho más un
registro de lo real que señala con fuerza el espacio.
No se extrañifica y se mantiene en un orden mucho
más reconocible para el oído. Es notable que uno
de los aspectos más sobresalientes y minuciosos de
las películas del Lab sea el trabajo del sonido por
parte de Ernst Karel. Si bien soy lego y poco apto
acústicamente, tanto en Leviathan como en Sweetgrass —una película anterior de Castaign-Taylor
sobre pastores y ovejas— el sonido es un componente fundamental en la construcción del espacio y
de su amplitud, y en la permanencia de un elemento que marca y dicta su presencia a lo largo de todo
la película pese a no ser visible. En este caso el
sonido del mar y el de las máquinas y motores del
barco es una frecuencia baja y pesada que atraviesa los oídos y apela a una leve excitación del bajo
vientre, que junto con un ángulo del horizonte en
deriva permanente, remiten a las nauseas típicas
que los pocos adeptos al mar creemos nos son
inherentes.
A pesar de su audacia en el acercamiento a otro
tipo de (des)orden perceptivo y a la abstracción y
la textura como una apuesta por otro orden de
consciencia y por una interrogación por cómo
vemos y oímos más que cómo, dónde y cuándo
vivimos, Leviathan estimula una experiencia casi
sinestésica, donde además de ver y escuchar el
mar, casi podemos tocarlo por orden de otros dos
sentidos. En algún punto reivindica una veta
cinematográfica de cine trisensorial (vista, tacto y
oído) que habría que estudiar en profundidad y
cuyo interés está más enfocado en el orden del
cuerpo, el deseo y la libido que en el de la historia.
Curiosamente, un filme hecho por antropólogos
parece intentar deshacerse de esa ciencia como
centro de gravedad narrativo, situarse en un orden
de conciencia mucho más difuso para poder dar
cuenta de la experiencia, tanto en su faz cognitiva
como sensorial.
Mientras veía Leviathan se me hizo presente otro
cineasta muy afín a la exploracion sensorial de la
imagen y el sonido: Philippe Grandrieux. En la
primera entrega de Il se peut que la beauté ait
renforcé notre résolution, dedicada al cineasta
japonés Masao Adachi, el mismo Adachi decía lo
siguiente:
“La película tiene que ser devuelta al mundo de las
sensaciones. Dado que filmamos con nuestras
sensaciones, debemos terminar la película con
sensaciones y no como prisioneros de nuestras
ideas. Una sensación es un cosa que fluye, es muy
fluida, mientras que las ideas son fragmentos de
pensamiento. A decir verdad, aquello que se filma
sólo son fragmentos de pensamiento. La película
sólo es visible una vez que vuelve al mundo de las
sensaciones. Es un asunto en el que me gustaría
internarme, y que me provoca deseos de experimentar.”
Esa resistencia a ser prisioneros de otras ideas,
como las de lo que debería ser un documental, la
investigación antropológica o una obra de arte es
lo que quizás hace de Leviathan un objeto tan
particular, misteriosamente oculto en la profundidad del orden perceptivo y cognitivo que invoca
para sí. ██