Cinéfilo 16 - Marzo 2014 | Page 68

tenemos los párpados cerrados. A su manera, intentaba dar cuenta, “documentar” algo que es, a su modo, una manifestación inobjetable de la realidad. Por circulación, popularidad y reconocimiento, el cine experimental y el documental siempre han sido categorías subsidiarias de la ficción, que habiendo abonado y cosechado el terreno del negocio y el entertainment, hizo uso y abuso de la fractura ontológica entre el registro de lo real y la ficción. Una cosa que me hizo pensar en la magnitud de esa fractura fue cuando un colega crítico y programador me manifestaba con enjundia su descontento ante la fascinación que provocaban en muchos críticos distintas series de televisión de ficción. Sin hablar de ninguna en particular, me decía que lo que más le molestaba de la hegemonía de la tradición narrativa institucionalizada que las series encarnan, y que de un tiempo a esta parte se ha vuelto aun más modélica, era que en una tradición de ese tipo era impensable la aparición de un cineasta como, por ejemplo, Artavazd Peleshyan. No se trataba pues de una cuestión de jerarquía, sino simplemente que ambas propuestas eran inconmensurables entre sí. Es decir, lo que molestaba a mi colega era que la hegemonía y la fanatización por una hacía peligrar la subsistencia y las posibilidades de existencia de la otra. Volviendo a Leviathan, hay más de un plano que, visto en soledad, permite imaginar que fue saqueado de YouTube. Lo que quiero decir con esto es que stricto sensu no se parecen tanto entre sí formalmente, no buscan un orden estético que 66 cómodamente los ampara, pero la organización y la textura de la imagen comprimen el material en un sólo bloque extenso de inmersiones diversas, regurgitaciones, deslices y traqueteos, que le dan una identidad absoluta. Si se tratara de identificar cada punto de vista, la película podría inaugurar una interminable secuencia de preguntas y respuestas sobre puntos de vista inusuales, inhumanos e incluso, llevando su cita bíblica inicial al lugar más exagerado, podría ser la película sobre el punto de vista de Dios en el mundo moderno y sobre la cubierta de un barco. Afortunadamente la sugerencia bíblica del monstruo marino queda al comienzo como una sugerencia o una sugestión narrativa, donde el terrorífico Leviathan es el mismísimo pulso caótico y terrorífico de la oscura noche marina en ese barco. Cuando un plano con la cámara a ras del suelo, contrapicado, nos enseña la sangre y los peces en la cubierta, para luego continuar con las escotillas escupiendo sangre y mugre, para después ser literalmente sumergidos en el océano, no se puede menos que sentir la dislocación del contrato que todo documental establece con su espectador. Eso es lo real, pero de un orden de percepción que sugiere incluso otro orden de conciencia para nosotros. Podríamos evocar dado el caso un pez, una raya, un pescador, una gaviota o el agua del mar. Si hay algo que a lo largo de la película constituye una impronta autónoma es el trabajo del sonido, que construye un contexto fuera de campo y una amplitud espacial tales que despejan para la imagen