desarrollar”. Las primeras escenas me hicieron un
poco de ruido: el protagonista está llegando a su
propia casa, luego de un día laboral, y es asaltado
por sus propios vecinos malandras que lo tratan
como a un desconocido. Cinco minutos más tarde,
el más peligroso de la banda —una caricatura de
un tipo malo-malo— casi le mata a su hijo de un
tiro. Tras tener que aceptar este comienzo, la
película te atrapa en su tensión dramática y con
buenas decisiones formales te mete en el viaje del
protagonista y en su mambo de llegar a matar a un
hombre y qué hacer con eso después. En el último
plano, más precisamente en los últimos segundos,
se resuelve la historia de una manera insólita e
inesperada que te deja una sensación de facilismo y
de ser resultado de querer resolverla rápido, como
si el director se hubiera cansado, aunque trata de
dejarte callado con la famosa placa “basada en un
hecho real”. Lo bien que me llevé con casi toda la
película se convirtió en disconformidad justo al
final, porque por más que esté basada en una
historia real la película no se desarrolló de tal
manera que ese final funcione.
Así como de repente llegó el final del festival, con
un enorme saldo positivo que de a poco seguiremos
digeriendo. De Rotterdam nos fuimos un día a
Ámsterdam porque desde ahí volvíamos a Córdoba. Es una ciudad muy hermosa y realmente está
(como se ve en las películas) rodeada de canales.
Podría describir la urbanización, la arquitectura, la
altura de la gente que nos hacía sentir petisos (nos
enteramos de que la holandesa es una de las razas
más altas del planeta) pero prefiero contarles lo que
nos enteramos de uno de sus grandes atractivos
turísticos: las calles rojas. Entusiasmados por
caminar por las veredas en dónde se exponen en las
vidrieras a las “samaritanas del amor”, fuimos a dar
unas vueltas para verlas con nuestros propios ojos.
Lo primero que nos llamó la atención fue el tamaño
del cubículo en el que estaba cada una de las
chicas: un espacio no mayor a 1,20 metros cuadrados. Las luces de colores, el maquillaje, el peinado
y vestuario las convierten en especies de muñecas
de porcelana desprovistas de toda la humanidad
posible hasta que las ves moverse y decís: ¡y claro,
si son personas! La idea de “qué progres estos
chabones que tienen legalizadas las drogas y la
prostitución” se nos cayó cuando una holandesa,
amiga de una amiga, nos contó que este tema es
toda una vergüenza para ellos y están tratando de
dar un paso atrás al respecto, ya que no son chicas
que libremente eligieron ese camino sino que la
gran mayoría son jovencitas de la Europa del Este,
regenteadas por esas mafias que tan bien retrata
Cronenberg en Promesas del Este. En fin, estos
lungos copados que se las ingeniaron para ganarle
terreno al mar, algo tenían que tener. ██