Cinéfilo 16 - Marzo 2014 | Page 66

desarrollar”. Las primeras escenas me hicieron un poco de ruido: el protagonista está llegando a su propia casa, luego de un día laboral, y es asaltado por sus propios vecinos malandras que lo tratan como a un desconocido. Cinco minutos más tarde, el más peligroso de la banda —una caricatura de un tipo malo-malo— casi le mata a su hijo de un tiro. Tras tener que aceptar este comienzo, la película te atrapa en su tensión dramática y con buenas decisiones formales te mete en el viaje del protagonista y en su mambo de llegar a matar a un hombre y qué hacer con eso después. En el último plano, más precisamente en los últimos segundos, se resuelve la historia de una manera insólita e inesperada que te deja una sensación de facilismo y de ser resultado de querer resolverla rápido, como si el director se hubiera cansado, aunque trata de dejarte callado con la famosa placa “basada en un hecho real”. Lo bien que me llevé con casi toda la película se convirtió en disconformidad justo al final, porque por más que esté basada en una historia real la película no se desarrolló de tal manera que ese final funcione. Así como de repente llegó el final del festival, con un enorme saldo positivo que de a poco seguiremos digeriendo. De Rotterdam nos fuimos un día a Ámsterdam porque desde ahí volvíamos a Córdoba. Es una ciudad muy hermosa y realmente está (como se ve en las películas) rodeada de canales. Podría describir la urbanización, la arquitectura, la altura de la gente que nos hacía sentir petisos (nos enteramos de que la holandesa es una de las razas más altas del planeta) pero prefiero contarles lo que nos enteramos de uno de sus grandes atractivos turísticos: las calles rojas. Entusiasmados por caminar por las veredas en dónde se exponen en las vidrieras a las “samaritanas del amor”, fuimos a dar unas vueltas para verlas con nuestros propios ojos. Lo primero que nos llamó la atención fue el tamaño del cubículo en el que estaba cada una de las chicas: un espacio no mayor a 1,20 metros cuadrados. Las luces de colores, el maquillaje, el peinado y vestuario las convierten en especies de muñecas de porcelana desprovistas de toda la humanidad posible hasta que las ves moverse y decís: ¡y claro, si son personas! La idea de “qué progres estos chabones que tienen legalizadas las drogas y la prostitución” se nos cayó cuando una holandesa, amiga de una amiga, nos contó que este tema es toda una vergüenza para ellos y están tratando de dar un paso atrás al respecto, ya que no son chicas que libremente eligieron ese camino sino que la gran mayoría son jovencitas de la Europa del Este, regenteadas por esas mafias que tan bien retrata Cronenberg en Promesas del Este. En fin, estos lungos copados que se las ingeniaron para ganarle terreno al mar, algo tenían que tener. ██