Cinéfilo 16 - Marzo 2014 | Page 59

El tiempo pasa como un león rugiendo Fausto que no está muy lejos de Harry Potter; es una película que pareciera estar discutiendo con Peter Jackson y los distintos directores que hicieron Harry Potter, nada más que en esta ocasión se trata de una versión arty, una versión fina, sofisticada, artística, en consonancia con el imperativo histórico neomedieval en el que se inscriben esas películas populares. Pero digo esto de Sokurov porque estaba hablando de la sensiblidad, y hay películas suyas que trabajan un orden de lo sensible que es efectivamente otra manera de comprender el cine, en donde ese orden de saturación de la sensibilidad entra en una zona desconocida para cualquier espectador, una experiencia trance. Madre e hijo es una película notable, desde cualquier lugar que se la mire y se la piense. Después me interesan películas que denotan una verdadera búsqueda en la evolución del lenguaje cinematográfico, pero que al mismo tiempo entiendan que sólo puede haber evolución del lenguaje en la medida en que haya un reconocimiento de la tradición cinematográfica. Para ejemplificar esto vuelvo a Tabú. Tabú tiene eso, es el signo de Tabú. Y después me interesan películas menores, lo que yo llamaría películas termitas, no estrictamente en la misma línea de interpretación de esa teoría de Farber, pero sí en su espíritu. Películas más chicas que no vienen con un cartel secreto que te indica con un dedo “yo soy una obra maestra, yo soy lo que el cine contemporáneo debe ser, esto es el cine”, sino películas realmente indefensas, que tienen mucho para aportar al cine y que los programadores a veces no ven porque no vienen con el cartel. Ejemplos podrían ser El tiempo pasa como un león rugiendo de Philipp Hartmann, o La Sociedad Joyceana de Dora García, un film en el que un grupo de lectores amateurs simplemente lee la obra de Joyce a lo largo de treinta años, todos los jueves, y la directora se limita a filmar esa experiencia. No se trata solamente de lo novedoso, sino de dar lugar a ciertas experiencias que el cine por lo general no pone en evidencia. Entonces veo La Sociedad Joyceana, una película que formalmente es discreta, y una práctica adquiere visibilidad. Esa experiencia filmada me interesa mostrarla. Es la idea que de alguna forma está detrás de Routine Pleasures de Jean Pierre Gorin. Claro, esa película me fascina… Me fascina más allá de que esté Manny Farber, sino porque filma una práctica que ni sabemos que puede existir. Encuentra un modo de filmar esa práctica y eso es algo que a mí me interesa en el cine. No quiero que sea siempre lo mismo: grandes relatos sobre los males del mundo, el amor, la nueva comedia; busco películas que escapen a zonas inadvertidas de la experiencia humana. Me acuerdo que en Ghost World de Terry Zwigoff, que podría ser inscripta en esa línea de la nueva comedia americana, una de las cosas que más me interesaba era que aparecían unos coleccionistas de discos de vinilo que sólo coleccionan los discos de 1977 y no los de otros años. Esa experiencia es la que me interesa. Si hay alguien que muestra ese tipo de experiencia, voy detrás de eso. Porque me parece que por detrás de estas azarosas representaciones de prácticas humanas hay un orden que no es el orden de la 57