El tiempo pasa como un león rugiendo
Fausto que no está muy lejos de Harry Potter; es
una película que pareciera estar discutiendo con
Peter Jackson y los distintos directores que
hicieron Harry Potter, nada más que en esta
ocasión se trata de una versión arty, una versión
fina, sofisticada, artística, en consonancia con el
imperativo histórico neomedieval en el que se
inscriben esas películas populares. Pero digo esto
de Sokurov porque estaba hablando de la sensiblidad, y hay películas suyas que trabajan un orden de
lo sensible que es efectivamente otra manera de
comprender el cine, en donde ese orden de saturación de la sensibilidad entra en una zona desconocida para cualquier espectador, una experiencia
trance. Madre e hijo es una película notable, desde
cualquier lugar que se la mire y se la piense.
Después me interesan películas que denotan una
verdadera búsqueda en la evolución del lenguaje
cinematográfico, pero que al mismo tiempo entiendan que sólo puede haber evolución del lenguaje en
la medida en que haya un reconocimiento de la
tradición cinematográfica. Para ejemplificar esto
vuelvo a Tabú. Tabú tiene eso, es el signo de Tabú.
Y después me interesan películas menores, lo que
yo llamaría películas termitas, no estrictamente en
la misma línea de interpretación de esa teoría de
Farber, pero sí en su espíritu. Películas más chicas
que no vienen con un cartel secreto que te indica
con un dedo “yo soy una obra maestra, yo soy lo
que el cine contemporáneo debe ser, esto es el
cine”, sino películas realmente indefensas, que
tienen mucho para aportar al cine y que los programadores a veces no ven porque no vienen con el
cartel. Ejemplos podrían ser El tiempo pasa como
un león rugiendo de Philipp Hartmann, o La Sociedad Joyceana de Dora García, un film en el que un
grupo de lectores amateurs simplemente lee la obra
de Joyce a lo largo de treinta años, todos los jueves,
y la directora se limita a filmar esa experiencia. No
se trata solamente de lo novedoso, sino de dar lugar
a ciertas experiencias que el cine por lo general no
pone en evidencia. Entonces veo La Sociedad
Joyceana, una película que formalmente es discreta, y una práctica adquiere visibilidad. Esa
experiencia filmada me interesa mostrarla.
Es la idea que de alguna forma está detrás de
Routine Pleasures de Jean Pierre Gorin.
Claro, esa película me fascina… Me fascina más
allá de que esté Manny Farber, sino porque filma
una práctica que ni sabemos que puede existir.
Encuentra un modo de filmar esa práctica y eso es
algo que a mí me interesa en el cine. No quiero que
sea siempre lo mismo: grandes relatos sobre los
males del mundo, el amor, la nueva comedia;
busco películas que escapen a zonas inadvertidas
de la experiencia humana. Me acuerdo que en
Ghost World de Terry Zwigoff, que podría ser
inscripta en esa línea de la nueva comedia americana, una de las cosas que más me interesaba era que
aparecían unos coleccionistas de discos de vinilo
que sólo coleccionan los discos de 1977 y no los de
otros años. Esa experiencia es la que me interesa.
Si hay alguien que muestra ese tipo de experiencia,
voy detrás de eso. Porque me parece que por detrás
de estas azarosas representaciones de prácticas
humanas hay un orden que no es el orden de la
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