Y se hizo la luz
El 3D: “Ahora inventaron el 3D. Tres dimensiones. Es decir que cuando un pájaro pasa frente a su
nariz, usted puede atraparlo, ¡bien! ¡muy bien! Y
las atracciones del cine… Ahora hasta hacen que
se muevan sus asientos, como si estuvieran en un
caballo. Hacen incluso experimentos para el olor.
Y van a ir todavía más lejos. En la naturaleza eso
se llama atracción, pero ya no hay pensamiento, no
hay estructura, no hay lenguaje cinematográfico,
invenciones de montaje, ya no hay nada. Y en la
sala comen pochoclo. Cuando uno va a los multicines lo primero que huele es el olor a pochoclo.
Todo eso nos alejó del arte y del lenguaje cinematográfico, y si alguien se atreve a seguir haciendo
cine de verdad como intentan todavía algunos de
mis colegas, ningún productor quiere esa película.
Dicen: ‘¿Qué es eso? ¿Qué voy a ganar con eso?
Hay películas en 3D, hay películas de pantalla
ancha, hay películas con sonido Dolby, con verdadero sonido Dolby, ¿y vos hiciste esto?’. Es una
pena porque se pierde a la gente que nos podía
ofrecer la profundidad del pensamiento, que podía
darnos una amplia gama de reflexiones sobre el
fenómeno de la vida, se nos perdió todo eso. Por
eso trato de hacer películas en lenguas incomprensibles, como para volver a lo que veníamos diciendo.”
EC: Hiciste un film en Toscana sobre un monasterio, otro en África del que ya hablaste, varios en
Francia, ¿cómo es tu relación con filmar en distintos lugares del mundo? ¿Qué sentimiento tenés
cuando filmas en distintos lugares? ¿Tu lenguaje
cambia? ¿Cómo te impresiona el cambio, el nomadismo de tu trabajo?
OI: Qué te voy a decir, yo hago todo el tiempo la
misma película, no importa donde esté. La vida
continúa, aparecen acontecimientos que me
sorprenden, me influencian, me encantan, y
simplemente trato de encontrar un lugar en el que
esto pueda salir a la luz del día. Fui a Toscana
—por cierto, esa película [Un pequeño monasterio
en Toscana, 1988] también es totalmente sin
palabras. Fui a Italia y me encontré cuatro franceses jóvenes y un abuelito, todos franceses agustinos que vivían en un pequeño monasterio. Los
jóvenes franceses eran ex scouts que el tipo desvió
y convirtió en monjes. Ese fenómeno me interesó.
En pleno pueblito de Toscana, donde hay jabalíes,
cacería, cocina, cantos, fiestas, aristocracia,
pobres, ricos, están estos monjes que cinco veces
al día hacen una misa. Me interesó y dije: eso es
interesante porque es imposible. Entonces hice una
película para nada anticlerical, en la que los
monjes tienen su lugar como monjes, los campesi49