Cinéfilo 16 - Marzo 2014 | Page 22

cine no fue Dreyer, no fue Robert Bresson, sino más bien el western y no me importaba un comino saber si era una obra de John Ford o de algún ilustre desconocido. También las películas negras, las policíacas, no me importaba si era de Robert Siodmak o de Samuel Fuller, bastaba con que hubiera bandidos, que estuviera esa estética negra, me acuerdo por ejemplo de la serie Los intocables con Robert Stack. También me gustaban las películas de capa y espada, por ejemplo el Zorro, también el péplum. Ésas son las cosas que me hicieron amar el cine. Y poco a poco, en la adolescencia, en el momento en que me empecé a volver militante y me empecé a preocupar por la justicia en el mundo, fui descubriendo cineastas cuyo cine se dedicaba demasiado a denunciar la injusticia, por ejemplo Costa-Gavras o Yves Boisset. En los años 70 hubo muchas ficciones, lo que se llamaba ficción de izquierda, un cine que me interesó mucho cuando era adolescente pero luego empecé a ver con una mirada crítica, me preguntaba: “¿Será eso realmente el cine? Hay algo que falta, no me lleva a otros mundos, no me abre muchas perspectivas”. También existía alguien como Luis Buñuel que me ofrecía un término medio, un cine muy social pero también fuertemente onírico, surrealista. Una película como Los olvidados, por ejemplo, con su tono justo respecto al combate de clases y a cómo los pobres sienten rencor contra el que es un poquito menos pobre que ellos, con respecto a esta idea de que el hombre es el lobo del hombre, y al mismo tiempo tenía cosas bellísimas, del orden del sueño, del surrealismo. Ya les estoy contando mi historia personal. Después conocí a Robert Bresson, Straub y Huillèt, que fueron para mí una gran revelación. Trabajé con todo eso. A veces me decía: “Bueno, no importa, estoy yendo un poco lejos pero en fin, es interesante ir en esa dirección”. Incluso metía cosas que ahora me parecen demasiado fantasiosas, como el teléfono en Llegó el momento [2005], que transcurre en un mundo tan incierto que oscila entre un mundo de la edad media y un mundo posnuclear, ya después de la catástrofe. Es una película que tiendo a criticar mucho porque me parece que no ganamos la apuesta a nivel de la realización. Uno tenía la impresión de estar en la edad media y al mismo tiempo había elementos de nuestra época, problemáticas de la actualidad que se insertaron ahí adentro. Me parece que esta mezcla de mundos míticos y de nuestro cotidiano más prosaico, de la actualidad, está más lograda en otra película que se llama Sol para los pobres [2000]. ¿Y por qué me puse a hacer estas mezclas? Es cierto que empecé por tomar lo real, lo cotidia20 no, y tratar de transformarlo. Pero un día dije: “No, lo que sería interesante sería hablar de mis cosas, de mis preocupaciones verdaderamente íntimas, a partir de cosas que ya fueron vistas, de cine de género”. Quería hablar de mis preocupaciones y de mis angustias de hombre adulto pero conservando de alguna forma mis sueños de niño. Esto es algo que me gusta mucho en el cine, no sé si en el cine en general, pero al menos en mi cine la infancia nunca está tan lejos, y es algo que no tengo ganas de perder de vista. Las angustias de hombre adulto también están muy relacionadas con los sueños de la infancia y esos sueños de la infancia pueden ser muy compatibles con los sueños del hombre adulto. También tenía la idea de universalizar lo que yo decía. Estoy seguro de que si pongo mi vida, mis angustias, mis preocupaciones en la pantalla de cine, mi vida de todos los días no creo que le interese a nadie, pero también por eso me interesaba mezclarlo con batallas con espadas, persecuciones, con otros mundos, con la idea de inventar otro mundo. También para eso estamos los cineastas, para eso servimos, para dar una visión distinta, para abrir los horizontes, para lograr inven