Cinéfilo 16 - Marzo 2014 | Page 17

mundo, lo encarnan, se apropian de él y lo trascienden: asumen sus rasgos pero también aportan los propios. Como ocurre con todas las persona verdaderas, la razón de su existencia es la vida y no la muerte. Mientras viven, disfrutan y sufren, se lastiman y se curan, triunfan y fracasan, cumplen y resignan sueños, desean. Probablemente el deseo nos humanice más que cualquier otra cosa, y aunque no puedo decir que Chris no tenga deseos, creo que Penn no resuelve bien el vínculo del personaje con ellos. Su mayor deseo es sentirse vivo, una impresión que la seguridad de su clase no le ofrece y que pretende encontrar en el riesgo de una experiencia nómade y solitaria. Pero su deseo es tan grande como el precio que debe pagar para cumplirlo. Ésa es la fatalidad. Un personaje que realiza el deseo que motiva su vida, muere. Muere en la película y fuera de ella, desaparece cuando la imagen en la pantalla se oscurece completamente. Es fácil para un personaje apenas personaje pronunciar y consumar su deseo (alguien más lo ha resuelto por él de antemano) pero no sucede así con las personas. Gordon Green lo sabe, entonces lleva el deseo de cada uno de sus protagonistas al lugar más distante que el cine ha sabido construir: el fuera de campo. Ahí se oculta de Lance la ciudad con sus placeres, se oculta de Alvin su novia. Y aunque el primero de ellos recorre una vez (y sin nosotros) esa distancia, no encuentra nada de lo que busca; vuelve con más conflictos de los que había llevado: un ojo golpeado y un embarazo no deseado en curso. La ciudad es, entonces, una amenaza, y aún más para nosotros que ni siquiera podemos verla: el miedo a lo desconocido. El caso de Alvin es todavía más notable, porque la carta que envía a su novia a través de su compañero jamás llega a destino, reco ɑ