C(h)arácter Vol 3 September-October 2013 | Page 90

C(H)ARÁCTER -Sí- dijo Rodolfo, indignado por la ignorancia de este señor al no saber redactar una frase tan simple. - Nos vemos a las dos en esta dirección.- y al terminar la frase se escuchó un timbre como si hubieran colgado el teléfono. A los diez minutos, el detective recibió en un mensaje de texto la dirección y se preparó para su encuentro con el misterioso personaje con quien había hablado unos minutos antes. A las dos en punto, Rodolfo llegó a la dirección que le fue enviada y observó a un hombre alto que le hizo una seña para que se acercara. En efecto, era Rodillo. Tuvieron una larga charla en la que Rodillo le comentó de todo lo que Palacios se haría cargo. Asombrado por la facilidad con la que el detective había conseguido el trabajo, le preguntó a Rodillo: -¿Por qué me has contratado así de fácil? - Un buen latinoamericano reconoce un buen trabajador sólo por su aparienciarespondió Rodillo. Después de esta frase, los dos hombres caminaron una larga distancia hasta llegar al lugar secreto donde el Capo se escondía. Palacios había sido contratado para controlar todos los gastos del capo y aconsejarlos en qué gastar su plata, en términos ejecutivos había sido contratado para ser él. Rodillo y Palacios entraron a un gran edificio, casi todo era de oro. Había múltiples estatuas doradas con diamantes incrustados en ellas con la forma de una virgen. Siguieron caminando y entraron a un cuarto donde se encontraban varias personas, cada una de ellas con siete balas y una figura de una virgen, bendiciendo sus balas. Rodolfo se preguntó cómo unas personas tan malas podrías pensar que simplemente bendiciendo sus balas el pecado que muy pronto iban a cometer sería perdonado por Dios. Pasaron otros cuartos muy similares al interior, hasta que llegaron a una cámara de pánico con una puerta de más de un metro de ancha donde se encontraba el gran capo José Emilio Escobar. Al entrar, Rodolfo esperó a que Rodillo cerrara la puerta para dispararle un solo tiro en la cabeza con su pistola silenciada. José Emilio la agarró del brazo apuntándole a la frente con su revolver de oro recién importado de Australia y le dijo con furia 90