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Arte y LITERATURA El Niño de Cristal* Por Álvaro Jiménez Guzmán La casa en la que vivo parece un inmenso barco revocado de cal. Sus tablas enconchadas soportan con firmeza los embates del agua y del sol. En cambio, yo siento que desfallezco cada día. Quisiera compartir con mi mamá esta extraña situación, pero es imposible porque ella deambula noche y día por los recovecos de la casa. Cuando está en el patio la veo desde la ventana confundida entre la fronda de las matas de toronjil, los naranjos y los guayabos. En una batea de madera lava ropa ajena golpeándola con un manduco de guayacán. Ojalá ella pudiera quitarme también este maldito trastorno que me apabulla. Pendiente del almuerzo, viene a la cocina y luego se asoma a mi pieza donde permanezco tirado bocarriba en una cama que se me antoja inmensa, y me pregunta si tengo hambre. Es diligente conmigo. Sin ella ya me habría muerto. No hay momento en que desfallezca su vigilancia sistemática. Y parece estar, al mismo tiempo, en todas partes: compra las vituallas en el ventorrillo, cocina, lava, habla con las vecinas y me vigila, dispuesta a servirme, anhelando que el mal que me doblega desaparezca y me haga levantar de la cama. Con sus oraciones rutinarias aumenta el fervor por mi salvación. Ella es también el padre que no tengo. desplazamiento de las nubes. La luna me coqueteaba en las noches de diciembre, después de elevar cometas en los días de verano. Pero ahora estoy en esta cama porque no puedo pararme ni caminar, pues mis huesos se pueden romper: se volvieron quebradizos. Tengo la voz de un hombre de veinte años, pero parezco un niño frágil: intocable, una pequeña figura humana contrahecha. No sé cuál es mi enfermedad. Mi mamá parece ocultarme la causa de esta deformidad para que no sufra más de la cuenta. Bajo mis turbias pupilas aumenta el misterio. Recuerdo cuando se enfrentó por primera vez a mis compañeros de escuela porque me maltrataban y se burlaban de mi pequeñez, cuando corría con mis piernas deformes soportadas por unos pies en forma de martillo y con una cabeza grandota. Mi rara figura me había convertido en el hazmerreír de la gente. Ella sufre con mi postración. Estoy triste porque no puedo hacer nada por mitigar la pena que la embarga. Mis huesos se achiquitan y adelgazan cada día. La cama en la que estoy postrado parece más grande. Antes crecía, pero ahora mi crecimiento no sólo se estancó, sino que me empequeñezco sin control. A veces me gustaría mirarlos a todos desde el retrato grande de la sala. Tal vez así no padecería esta reducción de mi cuerpo. Vislumbraría el movimiento de la casa. Querría ser como un “niño” que viajara en el viento. Jugaría al azar, soñando sin dolor alguno. No escucharía los profundos latidos del corazón trastornado de mi madre, y sus ojos no reflejarían mi tragedia. La luna, que nunca me ha sido esquiva, seguiría alumbrando mi camino nocturno de largos diálogos con el firmamento. Las noches serían azules. Y cuando desembocara en las brumas de la aurora me circundaría la estrella que nos alumbra. Creo haber sido un relámpago para mi madre cuando nací. ¿Cuánto durará su fulgor después de que me marche? Antes de que cuajara la enfermedad, recuerdo que jugaba a la pelota, así se burlaran de mí. Podía correr. Jugueteaba y hacía bromas, así hiciera el ridículo. Podía tumbar mangos y naranjas, o tirar una piedra, o mojarme bajo la lluvia de los inviernos, o ponerle la cara al sol. Veía el vuelo de los pájaros y el * Hace parte del libro de cuentos “La duda”, del Grupo Literario El Aprendiz de Brujo, como coautor. El texto, compuesto por ocho cuentos, ganó Mención de Honor en el Concurso Beca Antología de Talleres Literarios. Ministerio de Cultura 2018. 38 Boletín No. 40 / Diciembre de 2018 Asociación de Pensionados ASOPEN 39