* 13
Las manos de mi madre
Jorge Rojas
oy he recordado a mamá en su trajinar de membrillos.
Antes los membrillos maduraban en marzo, y esa era la época en que
mi madre los transformaba en dulce y jalea con una laboriosa alquimia de cocina.
Era una señora burguesa y con ayuda doméstica, pero toda su herencia peninsular le brotaba al ver los membrillos maduros en sus matas.
Y era un revolver de pailas y un brillo de cobres en la hornalla. La fruta no era perfecta como la que nos muestran las góndolas de las verdulerías: era fruta casera que conocíamos desde el brote y la flor, de suaves pétalos blancos.
Mutaba en fruto amarillo con pelusa agreste, duro e incomible. Los membrillos estaban habitados por algunos gusanitos blancos que trabajosamente mi madre desechaba, uno a uno.
Hervir la pulpa rescatada y transformarla después en
esos panes exquisitos de dulce que terminaban los
almuerzos de invierno era el milagro a mis ojos de niña.
Lo que más me maravillaba era la jalea roja y elástica
que se hacía con el hervor de la goma de las semillas y
la cáscara. Colado en cedazo el resultante, con el azúcar justa, trasmutaba en rubí líquido y transparente que nunca he logrado imitar.
Jamás ella nos enseñó la receta. Tampoco la he buscado en ningún libro. Yo, por lo menos, veo los membrillos, los acaricio y los huelo.
Cierro los ojos.
Después, simplemente retrocedo paso a paso por el
sendero de la memoria…directo al trajinar de membrillos
de mi madre.
H
Membrillos
Relato
Diana Vázquez