Blablerías Nº 19 - Octubre 2016 | Page 13

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Las manos de mi madre

Jorge Rojas

oy he recordado a mamá en su trajinar de membrillos.

Antes los membrillos maduraban en marzo, y esa era la época en que

mi madre los transformaba en dulce y jalea con una laboriosa alquimia de cocina.

Era una señora burguesa y con ayuda doméstica, pero toda su herencia peninsular le brotaba al ver los membrillos maduros en sus matas.

Y era un revolver de pailas y un brillo de cobres en la hornalla. La fruta no era perfecta como la que nos muestran las góndolas de las verdulerías: era fruta casera que conocíamos desde el brote y la flor, de suaves pétalos blancos.

Mutaba en fruto amarillo con pelusa agreste, duro e incomible. Los membrillos estaban habitados por algunos gusanitos blancos que trabajosamente mi madre desechaba, uno a uno.

Hervir la pulpa rescatada y transformarla después en

esos panes exquisitos de dulce que terminaban los

almuerzos de invierno era el milagro a mis ojos de niña.

Lo que más me maravillaba era la jalea roja y elástica

que se hacía con el hervor de la goma de las semillas y

la cáscara. Colado en cedazo el resultante, con el azúcar justa, trasmutaba en rubí líquido y transparente que nunca he logrado imitar.

Jamás ella nos enseñó la receta. Tampoco la he buscado en ningún libro. Yo, por lo menos, veo los membrillos, los acaricio y los huelo.

Cierro los ojos.

Después, simplemente retrocedo paso a paso por el

sendero de la memoria…directo al trajinar de membrillos

de mi madre.

H

Membrillos

Relato

Diana Vázquez