Blablerías Nº 19 - Octubre 2016 | Page 12

EL TANGO QUE

LOS PARIÓ

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CONTAME UNA HISTORIA

por Rubén Juárez

por

Cuento

l l viernes en que él se puso el traje azul

y ella el vestido dorado, cometieron un

i incierto acierto.

Ni el barrio empedrado ni El Gardel, donde se hacía la fiesta, la hubieran animado a lucir tan hermosamente rea. Fue el azar. En cambio, él había previsto su atuendo luminoso: la camisa clara, la corbata blanca, el perfume, los zapatos de bailar.

La reunión era temprana. A ella ya le daba igual. Se había resignado a tener que quedarse en casa. Con lo escasas que estaban las algarabías… Cuanto mucho, la terraza y el libro de Girondo le consentirían otra celebración vespertina: contemplar el ocaso administrativo y el despertar nocturno de la ciudad insomne.

A la hora en que él llegó al bullicio, ella interrumpía el baño para atender el teléfono, después el celular e inmediatamente el timbre. Al rato, todavía envuelta y aturdida, cayó en la cuenta de que así, como por arte de magia, se habían destrabado los impedimentos. Y en vez de regresar al baño, regresó -sin más ataduras que la toalla- al entusiasmo por la fiesta de cumpleaños. "¡Yo voy!", se dijo, y empezó a volar. Como María Luisa, del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Y volando dejó a mano lo único que tenía para la ocasión: el regalo.

No hurgó en el perchero. Voló al baúl de las prendas queridas y se midió un solo vestido. Quebrado por las arrugas del tiempo, el tubo fue iluminándose tersamente. A ella, esta vez, le pareció que daba el talle. Se destrenzó el cabello, prendió al costado un clavel silvestre que anochecía en el florero, se calzó los tacos más altos y atravesó en bandolera una diminuta carterita.

Bajó volando a tomar un taxi que hubiera encontrado enseguida, si no hubiera sido porque en la mismísima puerta de calle la policía desplegaba un operativo contra Green Peace, que hacía una de las suyas trepando el Obelisco.

Una hora más tarde, resuelta como si no transitara el destiempo, atravesó el sonoro zaguán de El Gardel. Pero ¡con las manos vacías! “¡Pucha!… el regalo…”, pensó.

A tres pasos de llegar, se conocieron. No por azar, sino porque el del traje azul aprovechó el pudor que la asaltaba, para interceptar a esa mina que demoraba la travesía del patio anterior, desarreglando y volviendo a calzar el clavel. En eso estaba cuando el desconocido se le asomó a diez centímetros de la nariz, sonriendo orondamente, copa en mano y la otra en el bolsillo:

—Quién va a mirar esa flor, con tanta belleza delante.

Entonces la embutida rea soltó la risa, dejó el clavel en la oreja ajena y aceptó el abrazo tanguero que le ofrecía un Gardel equivalente a príncipe.

Tango Pasión

de Ricardo Carpani

Prodigiosamente, como si llevaran la partitura en los pies o en las venas, bailaron sin trastabillar hasta que el Chan Chan, los aplausos y el abrazo largo de la del cumpleaños, los destrabaron.

—Ah, ¿sí? —dijo como en broma otra mujer y se llevó del brazo al hombre de su pertenencia.

—¡Que venga la torta! —ordenó la anfitriona mientras juntaba a la recién llegada con un grupo de mujeres.

No mucho después fue declinando la fiesta. Y a la hora de partir, cada cual tuvo que irse sin saber con quién había volado.

Por más que haya vuelto a la rutina, al vestido modoso y a sus cabellos trenzados; por más que el galán azul haya tenido que tirar el clavel que achicharró en el bolsillo, hay un compás que late en las empedradas calles por donde sigue la vida.

E

de María Azucena Villoldo