Blablerías Nº 18 - Julio 2016 | Page 20

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Narraciónón

as

por Paty Mix

Palabras

por Amaia Montero

LO QUE VEO

La Narración Oral contemporánea

en Chile

S

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upe de Valentina que se iba a vivir lejos, a otro país y que vendía todo y de todo: cosas bellas, baratas y buenas.

Compré su cama. La más linda que he visto y de mi color favorito: magenta… (se sonríe una de solo nombrarlo) magenta. Lo recuerdo: fue en agosto o septiembre de 1993. Veníamos saliendo de dictadura, (ya sabemos lo que es eso, aunque aún no terminemos de salir) cuando Valentina, en la entrega de la cama, me contó que estaba encantada. No era para menos, de verdad: la noche anterior había estado en un Pub, escuchando cuentos. ¿Escuchando cuentos? Sí, escuchando cuentos —me respondió.

Pregunté todos los detalles: La casa en el aire, en el barrio Bellavista, los miércoles a las 10 de la noche; era un grupo que había hecho un taller con Rubén Martínez, que era un venezolano que había venido a Chile, al Festival de Teatro de las Naciones en Abril. Y enseguida, comenzó a contarme lo que había escuchado. Escuchar su relato y el cuento dentro del relato fue como tomar un sorbo de luz. Eso bastó para saber que quería seguir escuchando más y fui acompañada de mi amiga Mónica, el miércoles siguiente.

En el colectivo de narradores de La Casa en el Aire me encontré con varios que había conocido en diversas circunstancias de la vida: Carlos Genovese, Patricio Espinosa y Claudio Meza; conocí a Andrea Gaete, a Wilfredo Rosas y a José Luis Mellado.

Fue un encuentro grato, de conversación y celebración. Recuerdo el murmullo de las conversaciones, la música en el trajín festivo de las noches de los miércoles y el silencio de las funciones (momentos en los que no volaba una mosca mientras aleteaban los dragones, nos mecíamos con las olas o éramos testigos de un crimen).

Esa noche me invitaron para que fuera a contar un día. Era parte de la propuesta del colectivo dejar un espacio para alguien del público que quisiera narrar un cuento. Dos semanas después volví; subí a contar por primera vez en ese contexto. Cuando bajé de la tarima, después de contar “La Voz”, tenía la convicción de que me había encontrado con mi propia manera de fluir, aunque no lo expresara ni viera así entonces. El grupo me invitó a volver y lo hice cada miércoles. Así fui constituyendo parte del colectivo desde ese mismo año, lo que hasta hoy agradezco. Las noches de los miércoles eran un rito infaltable. La gente llegaba contenta, trayendo consigo más gente. Era un acontecimiento al que concurrían decenas de personas que repletaban desde temprano La Casa en el Aire. Había que abrir las ventanas, para que quienes no podían entrar asomaran la cabeza, desde la calle, para dejarse llevar por el

relato. Es que, como dije,

veníamos saliendo de una

dictadura y teníamos voluntad

de creer.

Era un tiempo de recuperar

la voz, era un momento en que

nos volvíamos a reunir para

imaginar y para soñar juntos la

comunidad y el país que

queríamos. Fui conociendo y

haciendo conciencia de este

universo diverso que es la narración oral. Conocí a narradores que habían llegado a Chile en el elenco de Enrique Vargas y el Teatro de los Sentidos*, entre ellos Alekos y Daniel Hernández, con quien trabajé por años.

Había mucha gente que quería escuchar y comenzaron a multiplicarse espacios e iniciativas en las que circularon narradores de América y España. Vivenciamos el goce de las narraciones, del trabajo meticuloso y de la búsqueda de cada cuento. Pudimos apreciar el juego leve de un absurdo que te saca de la conmoción o el gesto que enciende el espíritu guerrero o la paz del justo. A mediados de los 90, los narradores de Chile estábamos siendo ya invitados a festivales, ferias y encuentros de varios países.

Quedará pendiente la mención exhaustiva de los miles de cuentos que pasaron por aquí, de compañeros narradores de varios países que, compartiendo maestrías y búsquedas, nutrieron este proceso.