Blablerías Nº 17 - Abril 2016 | Page 19

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Narración

para leer

Aprende a volar

Patricia Sosa

justicia y respeto con el texto, con el lector y con quienes lo escuchan.

Una vez hecha esta primera lectura, habrá que avocarse a la sonorización adecuada del texto, buscando en las palabras el sonido particular que el marco contextual les otorga.

Supongamos que el personaje del cuento dice: “Mañana debo partir”. Dado que estas palabras están fuera de su contexto, no sabemos cuál es el sonido que les corresponde: si deben ser dichas con angustia o con alivio, con indiferencia o con tono imperativo, con resignación o entusiasmo. La pregunta que ha de hacerse el lector en voz alta para descubrir el sonido de una frase es: ¿Cómo se siente el personaje? Y esto sólo puede responderse si se sabe cuál es la situación en la que este se haya inmerso.

Imaginemos que quien dice esta frase se está despidiendo para siempre de un ser querido; en ese caso, el sonido de esas palabras será triste y fatal. Si en cambio el personaje es un joven ávido de aventuras que está a punto de iniciar un viaje largamente planeado, quizás el sonido sea imperativo, o agitado. Si ese mismo personaje es retenido contra su voluntad impidiéndosele partir, esa frase tendrá un tono angustioso, suplicante o hasta amenazador. Así como las cifras cambian su valor según su ubicación dentro del número, las palabras sufren transformaciones notables según el contexto en el que son dichas.

La misma frase, las mismas palabras acomodadas de manera igual, pero en contextos diferentes, significan distinto, y tienen distinto sonido de enunciación.

Si el lector se ocupa de descubrir cómo se siente el personaje en cada momento específico del cuento, estará a las puertas de la comprensión o más allá. No alcanza con saber el nombre de los personajes, el lugar de la acción y la anécdota narrada. Esta es una aproximación superficial al texto, útil, pero insuficiente para hablar de comprensión. Pero si el lector puede deducir cómo se siente el personaje y cuál es la situación que lo lleva a ese estado de ánimo, será porque se ha involucrado con la historia y ha comprendido. Alcanzado este punto, el lector en voz alta además tendrá que ponerles a las palabras el sonido de esos sentimientos. Si lo logra, aunque sea tímidamente, estará creando una atmósfera sonora tangible y habitable, una experiencia de lectura que abonará el camino para que el que escucha también se involucre y se sienta atravesado.

Leer en voz alta es hacer que nuestro interior resuene. Es poner en juego los propios sentimientos y ponerse en sintonía emotiva con el texto y con los oyentes.

Siempre me ha resultado curioso escuchar, durante el transcurso de algunos de mis talleres de lectura en voz alta, a un participante que lee que el lobo se come a la abuela de Caperucita, y no externa ninguna emoción. En esos momentos suelo preguntar si no le causaría espanto ver a una fiera salvaje comerse a uno de sus familiares. Ante la obviedad de la respuesta, pido que continúe la lectura con la voluntad de creer. La lectura es un acto de voluntad; hay que abandonarse a la ficción y estar dispuesto a creer en lo desconocido, en lo imposible y en lo imposible.

La lectura requiere de nuestra complicidad: lo que estamos leyendo sí está ocurriendo.

Los libros no nos dan nada; es el lector el que da y toma lo que necesita. Si realmente tomamos y creemos, entonces no podremos más que angustiarnos al leer sobre un acto tan abominable como al que se enfrentará una pequeña niña, sola y desprotegida, que está por entrar en una casa en la que la espera un animal feroz que ya se comió a su abuela, y se dispone a devorarla a ella. De sólo pensarlo se me pone la piel de gallina y el cuento de Caperucita Roja se presenta ante mí como un cuento del más profundo y elaborado terror.

Esta voluntad de creer, y esa disposición para tomar, para apropiarse del texto, es indispensable para que la lectura tenga oportunidad de estar viva. Y es quizás la única posibilidad que tiene el lector de entender cabalmente lo que allí ocurre.

Finalmente –y digo finalmente porque el espacio de esta nota así me lo exige, pero no porque el tema se agote aquí–, si uno en verdad quiere que su lectura en voz alta adquiera cuerpo y calidad narrativa y que se vuelva interesante para sí mismo y para quienes lo escuchan, además de tomar en cuenta los elementos antes mencionados, tendrá que ensayar, sí... ensayar. Con esto quiero poner en evidencia que la práctica de la lectura en voz alta raras veces logra sus objetivos si se toma a la ligera, sin cuidado y sin respeto. Es una actividad que desde los primeros tiempos de la invención de la escritura se ha tomado como forma privilegiada de trasmisión de la palabra escrita y que, atendida y cuidada, puede otorgar momentos extraordinarios de emoción y enriquecimiento colectivo.

Por otra parte y según mi experiencia personal, la lectura en voz alta es el paso obligado hacia la narración oral. El oficio de narrador oral no llegó para mí como un legado de mis ancestros, ni como el resultado de una tradición oral familiar o comunitaria. Aunque a veces cuente cuentos que tienen su origen en las tradiciones orales, esos cuentos también los obtengo de los libros. El narrador oral urbano está amarrado a los libros como un barco a un muelle: allí se abastece para salir a navegar. A los libros llegamos para abastecernos, pero como los barcos, regresamos a ellos también para reparar nuestras heridas, para descansar y para compartir la carga que traemos. En otras palabras, el lector toma del libro lo que necesita, se lo lleva consigo y así le da al libro y a él mismo la posibilidad de enriquecerse juntos.

Sin duda quedan enormes zonas oscuras en relación con estos temas y espero que si alguna persona ha llegado al final de este artículo y quiere discrepar o compartir sus puntos de vista con los míos, no dude en escribirme a la dirección de correo electrónico: [email protected].