Blablerías N°7 - Septiembre 2013 | Page 9

Peques

UNA ESPINA

DE MARFIL

por Marina Colasanti

Traducción: Marita von Saltzen

manecía y allá estaba el unicornio pastando en el jardín de la princesa. Por entre las flores, miraba la ventana del cuarto donde ella saludaba al día. Después, esperaba verla en el balcón, y cuando el piecito pequeño pisaba el primer escalón de la escalinata que la llevaba al jardín, huía el unicornio hacia la oscuridad de la floresta.

Un día, cuando el rey iba a la mañana temprano a visitar a su hija en sus aposentos, vio al unicornio en una mata de lirios.

Durante noches, el rey y sus caballeros acamparon alrededor de las hogueras oyendo en la oscuridad el relincho cristalino del unicornio.

Un día, no hubo nada más. Ninguna pisada, ninguna señal de su presencia. Silencio en las noches.

Desilusionado, el rey ordenó el regreso al castillo.

Cuando llegó, fue al cuarto de su hija para contarle lo que había sucedido. La princesa, apenada por la derrota de su padre, prometió que dentro de tres lunas le entregaría, como regalo, el unicornio.

Durante tres noches tejió, con los hilos de sus cabellos, una red de oro. Por la mañana, vigilaba la mata de lirios del jardín. Al nacer el cuarto día, cuando el sol encendió con la primera luz los cálices blancos, ella lanzó la red y aprisionó al unicornio.

Preso en el tejido de oro, miraba el unicornio a quien tanto amaba, ahora su dueña, que nada sabía de él.

La princesa se acercó. ¿Qué animal era este de ojos tan mansos preso por el engaño de sus trenzas? De pelo suave, cascos lacrados y, surgiendo del medio de la cabeza, una espina de marfil, único cuerno que señalaba el cielo.

Dulce lengua de unicornio lamió la mano que lo retenía. La princesa se estremeció, aflojó los lazos de la red y el unicornio se irguió sobre sus patas finas.

¿Cuánto tiempo demoró la princesa para conocer al unicornio? ¿Cuántos días necesitó para amarlo?

En la marea de las horas se bañaban de rocío, corrían con las mariposas, cabalgaban abrazados. O apenas

conversaban en silencio de amor, ella en el pasto, él recostado a sus pies, olvidados del plazo.

Sin embargo, las tres lunas ya se agotaban. En la noche anterior a la fecha señalada, el rey fue al cuarto de su hija para recordarle su promesa. Desconfiado, miró en los rincones, olfateó el aire. Pero el unicornio que comía lirios tenía fragancia de flor y, escondido entre los vestidos de la princesa, se confundía con los peluches, se confundía con los perfumes.

—Mañana es el día. Quiero que cumpla su palabra —dice el rey—; vendré a buscar al unicornio a la caída del sol.

Cuando el rey se fue, las lágrimas de la princesa se deslizaron por el pelo del unicornio. Era necesario obedecer a su padre, era necesario mantener la promesa. Salvar el amor era necesario.

Sin saber qué hacer, la princesa tocó el laúd y la noche entera cantó su tristeza. La luna se apagó. El sol, otra vez, llenó de luz las corolas. Y como en el primer día en que se habían encontrado, la princesa se acercó al unicornio. Y como en el segundo día lo miró tratando de alcanzar la profundidad de sus ojos. Y como en el tercer día tomó su cabeza entre sus manos. Y en ese último día acercó la cabeza a su pecho; con una fuerza suave, empujando con la fuerza del amor, clavó la espina de marfil en el corazón, finalmente adornado con flores.

Cuando el rey vino para cobrar la promesa, fue eso lo que el sol poniente le entregó: una rosa de sangre y un puñado de lirios.

A

—Quiero ese animal para mí —dijo. E inmediatamente ordenó la cacería.

Durante días, el rey y sus caballeros buscaron al unicornio en las florestas y en las campiñas.

Galopaban los caballos, corrían los perros y, cuando todos estaban seguros de tenerlo acorralado, le perdían la pista y confundían su rastro.

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