Blablerías N°5 - Junio 2013 | Page 8

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Pensar la literatura fantástica es pensar en lo mágico como categoría y forma de pensamiento. Entre lo mágico como una falsedad y lo mágico como un modo de conocimiento adscribo a esto último. Lo mágico entendido como un recurso para la comprensión, un recurso indispensable si pensamos que el método científico es un recién llegado, tiene consecuencias concretas y decisivas en la escritura del género.

Es bastante habitual encontrar textos donde lo fantástico es una mera escenografía. Vale decir, narraciones que, desprovistas de sus ropajes, sus nombres y sus seres anómalos, se construyen sobre una lógica realista y podrían suceder en nuestros barrios. Es compleja la tarea de lograr que lo fantástico sea, como lo reclama Tolkien en uno de sus ensayos, una esencia y no un atributo. Para esto, supongo que ante todo se impone pensar hasta dónde nos es permitido construir un paradigma alternativo, uno que interpele el nuestro ordinario.

Desde la perspectiva de la escritura resulta muy seductor este doble asunto de poseer ciertas libertades respecto del mundo natural y sus leyes, respecto de lo histórico, junto al desafío de no transformar esto en desprolijidad, en ñoñería. Lo fantástico tomado con seriedad es capaz de enaltecer, y renovar la literatura porque, dado que lo fantástico es inefable, indescriptible, obliga a los escritores a transitar otros estratos del lenguaje y de la sintaxis. Igual que obliga a los lectores a ejercitar la fascinación además del raciocinio.

La literatura fantástica no se preocupa por la “verdad del modelo” sino por la verdad de lo “representado”. No es arte figurativo o naturalista porque la verdad que importa es la del paradigma cultural y no la del mundo

fenoménico.

Lo maravilloso y lo fantástico, lo distorsionado, lo exagerado, no son una divagación o un disparate... Son, al contrario, una manera de obviar el fenómeno para ocuparse de lo trascendente, para intentar adentrarse en los significados profundos.

Quien lea estos textos se verá obligado a ejercitar su capacidad de abstraer, su posibilidad de connotar, su eficiencia para tratar con símbolos

Por otro lado, los textos fantásticos proponen y exigen una lectura con características distintivas, algunas de las cuales tienen una enorme potencia de aprendizaje. Podríamos mencionar, ante todo, la paciencia y la tolerancia.

Hablamos de lectores que deberán recorrer muchas páginas antes de comprender el “Universo”, la “Lógica” que el texto les propone. Es decir, lectores con mucha capacidad para aceptar lo incierto.

Lectores, en fin, que no han de requerir de un inmediato reconocimiento del terreno ficcional. Ni pedir identificaciones directas y unívocas. Que deberán estimar el juego de la doble decodificación que suelen exigir los textos de literatura fantástica, recuperar el gusto por el “transcurso de la lectura”, aceptar el reto de la ambigüedad y sobre todo aceptar lo inacabado.

Tengo la sensación de que es necesaria una buena cuota de valentía para aceptar el vacío que propone la maravilla: el profundo vacío que Lewis Carroll no puede llenar con la estratagema del sueño final de Alicia. Porque, al término de esa historia espléndida, después de conocer al Sombrerero Loco o a la Liebre de Marzo, estamos obligados a vivir con una ausencia.

La literatura fantástica obra sobre los tabúes y nos contacta con la otredad porque, de un modo u otro, propone monstruos.

Los monstruos no son otros que aquellos que ponen en jaque nuestros paradigmas culturales. Monstruos biológicos, monstruos políticos, monstruos culturales; criaturas de corporeidad heterogénea, miméticas y reacias a las clasificaciones genéricas cuya función esencial es poner en jaque los tabúes que sostienen a cualquier cultura.

Llenas de personajes y/o circunstancias monstruosas, la literatura fantástica ejercita la visualización del “otro”, de la diferencia. Y la visualización de que no hay un único modo serio de conocer el mundo, ni un solo recorte aceptable de la realidad.

Hoy, cuando los discursos de registro pretendidamente realista y, mucho más que eso, neutrales y objetivos manejan con descaro y solapadamente la construcción ficcional, la literatura fantástica se me antoja como profundamente leal. Porque acepta la extrema seriedad de la ficción y la asume, porque no se escuda en lo “verdadero”, porque instaura lo extraordinario para recordarnos que, al fin de cuentas, todo es un recorte cultural: la moral, las categorías, y hasta los colores.

Para recordarnos que somos seres altamente transitorios y del todo insignificantes si no fuésemos capaces de aceptar que nosotros y lo que nos rodea es mucho más que la apariencia.

En lo personal, me preocupa que no se deteriore la capacidad de soñar, de creer; me preocupa que no se pierda la posibilidad de ser criaturas mágicas, seres colectivos y hermanados. Somos los adultos quienes debemos y podemos procurarles a los niños y a los jóvenes esos bienes. Pero supongo que sólo vamos a hacerlo si nosotros seguimos soñando, y creyendo y viviendo como criaturas mágicas porque es mágica la condición humana.

¿Cómo escuchan el programa en otras localidades y en otros países?

L.: Se puede escuchar en http://fm913.com.ar

La necesidad de lo fantástico

Literatura

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por Liliana Bodoc

CLARO DE LUNA

de Claude Debussy