Blablerías N°2 - Marzo 2013 | Page 9

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El cuento de todos

Descubro en ese recuerdo que la mayoría de las historias del libro tenían su origen en cuentos populares y tradicionales.

Quizás fue una suerte asimilar el legado de algunas culturas orales como una especie de literatura porque, lógicamente, esos cuentos habían pasado por una “depuración” estilística para responder a las demandas de la realidad y de las estructuras sociales, que generan nuevos conceptos y nuevas visiones del universo. O tal vez fue ése el error en que creció mi generación, en el desdeño de lo Oral por cuanto representaba la pertenencia a un pasado que nos habíamos sacudido y que, supuestamente, íbamos camino de superar.

Si bien dos historias literarias despertaron en mí las ganas de contar (La serpiente y su cola, del cubano Onelio Jorge Cardoso y La historia de un caballo que era bien bonito del venezolano Aquiles Nazoa), el devenir de mi oficio por una intuición no concienciada, ha querido llevarme por el maravilloso camino de la Tradición Oral.

Los cuentos de tradición oral cuentan lo que somos y es gracias a su aparente simpleza que se te cuelan en el imaginario, porque desde éste llegan y en éste se reinventan y se “conservan”. Es ése su valor más auténtico.

Muchas veces los valores (vistos desde el reducido prisma de lo explícito) de estos cuentos no se manifiestan abiertamente. Y es que nacen del ejercicio humano de entender la realidad, comentarla y recrearla desde los valores heredados o desde los valores en construcción. (Los valores son un proceso.) Estos últimos son los que, a menudo, nos hacen menospreciar, despreciar o trasformar erróneamente aquello en lo que se sustenta la esencia y el valor de estas creaciones.

En la Tradición Oral, todo se reviste de una aparente simpleza que no asusta, que no hiere e incluso nos hace reír de aseveraciones y juicios que en otros contextos rechazaríamos abiertamente. El cuento popular cuenta lo que somos porque va develando de dónde venimos y de dónde vienen algunos de los principios, normas y valores que arman nuestro imaginario individual. De ahí que no sea prudente versionar por versionar, re contextualizar por modernizar. Lo propio es considerarlo una entidad viva, y que ámbito, interlocutores y circunstancias sean los que, en el proceso, atribuyan un nuevo valor al texto.

La fundamental riqueza del cuento estriba en que se arma desde la subjetividad por lo que, al desatarse el proceso de comunicación, se activan en el oyente sus capacidades de análisis y asimilación, conciente o inconcientemente. La importancia de la tradición oral radica en su valor patrimonial, en su capacidad de nombrar lo cotidiano con los recursos propios de la cotidianeidad.

No hay que complicar el cuento, ni juzgarlo: hay que disfrutarlo como algo propio y permitir la libertad de que sus múltiples enseñanzas se armen en comunión con los saberes del que cuenta, del que escucha, del que asume la historia como un ente vivo, con rasgos de identidad que, de alguna manera, nos develan la identidad propia.

Entonces, nacerá (más allá de tópicos) la condición de herramienta para incidir en determinados procesos y favorecer la creación de auténticos espacios de comunicación afectiva que, ajenos a las doctrinas, nos permitan contar y, contando, construir nuestra identidad.

S

Narración

para leer

A dónde va lo común, lo de todos los días...

Silvio Rodríguez

por Aldo Méndez

aldomendezcuentero.blogspot.com

barberis.blogspot.com.ar

i miro a la raíz de mi conciencia lectora, surgen dos títulos

antologados por Herminio Almendros: Había una vez y

Oros viejos.