Blablerías N°16 - Noviembre 2015 | Page 7

* 7

por Alejandra Oliver Gulle

www.alepepa.com.ar

NUBES DE TINTA

por Juan Carlos Pinto Márquez

irenescalabrelli.blogspot.com

E

se día, con el amanecer floreciendo en el cielo estéril, él se levantó. Se puso las mismas ropas que sudaban pobreza. Le jugó escondidillas al hambre con el café… agarró un banco, y banco en mano se dirigió a la iglesia, mientras una idea sembrada la noche anterior revoloteaba en su mente.

Y es que desde el momento en que –angustiado por encontrarse sin comida- su vecina, que le contaba chismes de la vecindad, atinó a decirle “¡Que Dios nos ayude!”, la frase hizo nacer en él una esperanza y, a la vez, una duda:

—¿Dónde está Dios? —preguntó a su interlocutora.

—En la iglesia. Ahí es la casa de Dios —fue la respuesta.

Y a la mañana siguiente, junto al insomnio eterno de la cantera, en la puerta de la iglesia, considerando que es de mala educación entrar a la casa de alguien sin previa invitación, se sentó a esperar a Dios para pedirle ayuda.

Pasó así el tiempo sin detenerse en la iglesia, porque para Dios el tiempo no existe, mientras él veía los adoquines que soltaban gritos petrificados bajo el constante paso de los autos. La tarde resbaló por la cara de las estatuas de la fachada, y Dios ni siquiera se había asomado por la ventana. Con la mirada extraviada de tanto esperar, volteó al cielo y, a través de nubes de tinta… me vio a mí. Su desesperación cambió a sorpresa y con voz temblorosa me imploró:

—¡Ayúdame!

Y yo, que no estoy acostumbrado a que mis personajes interactúen conmigo, le dije:

—¡Cállate!, ¿no ves que estoy escribiendo un cuento?

—¿Un cuento?, ¿y para qué?...

Titubeé un momento y repasé mi historia desde la primera letra. Traté de recordar las clases de literatura en la preparatoria, la búsqueda de algo, las obras sobre el acto de escribir de Horacio, Aristóteles, y tantos y tantos kilos de teorías de la licenciatura y… nada. Finalmente le contesté:

—No lo sé.

Quizá Dios en verdad lo ayudó. Quizá al no tener propósito este cuento, he venido aquí para encontrarlo, pero al fin de cuentas me quedan las mismas dudas: ¿para qué se escribe?, ¿para qué se hace danzar pluma y papel en el acto de ser Dios?... ¿Dios?... Posiblemente por eso provoqué su ira… Posiblemente mi cuento confabulado con él me acecha a la vuelta de la esquina… posiblemente por eso estoy aquí…

No lo sé, pero este día, con el ocaso marchitándose en el cielo fértil, volteo los ojos extraviados hacia el cielo, para ver si alguien escribe de mí.

ll

Cuento

as