Blablerías N°15 - Julio 2015 | Page 11

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Miradas

El privilegio

de leer

Quizá es algo tan habitual, que ya no reparo en la celebración de la lectura: se naturalizó, como el cepillado de dientes, o el "buenos días" al cruzarme con un vecino.

Pero cada vez que tengo un libro en las manos, suelo reparar en la fiesta de los ojos, del alma y –supongo- de las manos y de los oídos de aquellos que no ven. Suelo detener la lectura para tomar conciencia del viaje que estoy realizando a tiempos remotos, a geografías lejanas o a una historia que se desarrolla en la ciudad que habito. Y casi como un rezo aparece el agradecimiento a todos los escritores que me invitaron a ver, a oler, a sentir sus libros.

Muchas veces el llanto detuvo mi lectura y tuve que hacer una pausa para procesar la emoción y volver a la obra.

Cuando leo para chicos, suelo espiar por sobre el libro (para no perdérmelos) sus rostros ante esas velas malditas* que no quieren apagarse; o ante la princesa Filomena cuando le pregunta al príncipe a viva voz desde el balcón "¿quién sois?" **; o ante la niña negra que, cuando es cazada por los blancos, recibe de su mamá, a través de la red, el espejo que su padre le había regalado cuando se casaron***. ¡Cómo no lagrimear de risa o de impotencia cuando las páginas nos ofrecen tanto!

¿Quién no recuerda a la protagonista de "El lector", esa mujer que escondió hasta las últimas consecuencias su analfabetismo?

Benditos los que disfrutan leyendo porque ellos alcanzarán los caminos del había una vez con todos sus matices: lo mágico, la

desmesura, el humor, la tragedia, lo maravilloso, el crudo realismo.

Como dice Daniel Pennac, muchas veces el tiempo dedicado a la lectura es tiempo robado a otras actividades, y qué bueno que así sea.

* Las velas malditas, de Graciela Montes

** La princesa y el pirata, de Alfredo Gómez Cerdá

*** El espejo africano, de Liliana Bodoc

por Vivi García

vivitecuenta.blogspot.com