Blablerías N°15 - Julio 2015 | Page 10

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A largo

plazo

Cuento

por Stella Maris García

irenescalabrelli.blogspot.com

lla había nacido en algún lugar de la provincia de Mendoza. Digamos General Alvear, donde la ruta se da el lujo de doblar la esquina, reino de las bicicletas y despotismo de los ciclistas. Fue allí, entonces, donde Ella nació.

Él, unos años antes, pocos, había nacido en un barrio de Amsterdam, aunque no sabemos si urbanísticamente corresponde ser catalogado de barrio. Pero sí fue en Amsterdam donde se conocieron en la década del 70.

Ella había viajado a Europa sola. Sola Europa para Ella. Y lo conoció: ya se sabe, los viajes predisponen y amar en otro idioma es una curiosidad para todos, como si los orgasmos y los reproches no sonaran igual en todas las lenguas.

Amsterdam les permitió ser local a Él, y a Ella, explayarse en su rol de turista. Siempre serían extranjeros el uno para el otro. El romance era puro exilio.

Ella volvió a Mendoza, a General Alvear, pero por poco tiempo. Los pasos de iniciación estaban dados… Mendoza… Buenos Aires… la facultad, la vida, el correo. Las cartas iban y venían. Tardaban. Correo estatal, períodos peligrosos. El teléfono se reservaba para grandes ocasiones. Teléfonos también estatales, comunicaciones imposibles.

Pasaron años y matrimonios: dos para Él, uno para Ella. Matrimonios pero con otros, otros que hablaban en el idioma materno, que reprochaban sin dudas y gozaban en palabras inteligibles. Hijos para Él, no para Ella. Divorcios para Él; para Ella, la viudez.

Nadie supo de correos ni llamados. No hubo pactos de silencio, pero el silencio pactó con ellos. Demoras en correos y ralas comunicaciones. La vida les fue presentando privatizaciones. El Mercado Común avanzaba a otro paso, pero era desde Buenos Aires (ya no más General Alvear), desde donde se esperaba la llegada tardía de cartas, las colas en la telefónica, las ofertas ante la libre demanda.

Se les metió el ordenador en sus vidas y se volvieron virtuales, ellos que eran epistolares, ellos que eran una voz cada tanto, ellos que eran recuerdos de paseos por Amsterdam, ellos que eran fotos de treinta años atrás.

Y las noticias iban y las noticias venían. Un divorcio acompañaba la novedad de otro diploma obtenido, o un nuevo hijo se correspondía a la compra de la quinta en Ezeiza. La viudez de Ella no tuvo parangón. Se lamentó, desde las dos orillas, la muerte de aquel que no supo, de aquel que no llevó cartas al correo, de aquel que ni siquiera levantó por equivocación el tubo del teléfono sin saber que se estaba equivocando.

La viudez de Ella trajo a Él a Buenos Aires y lo paró frente a la puerta de Ella, con equipaje de mano y flores. La viudez, sorprendida, se tornó recato ante lo concreto del amor imaginado. No era tiempo aún.

Los emails tomaron la posta de las cartas. El teléfono agilizó su paso para no perder el ritmo de un tiempo que parecía ser, por fin, el de ellos. Nunca habían puesto en palabras lo que se avecinaba; simplemente estaban decidiéndose por los hechos.

Ella tomó un avión otra vez a Europa, sola. Europa, sola, la esperaba. La esperaba una cama en Amsterdam cuando parecía que ya era el tiempo. La esperaba una fiesta de bienvenida con treinta años de retraso y un nuevo milenio. La esperaba una Europa dispuesta a ser recorrida. Y Ella solo estuvo por Amsterdam, de paso.

“Nos hemos pasado en el tiempo”, le escribió a Él en una nota, “tanto… que merece un espacio”. Relación y correspondencia ya no pisaban las mismas coordenadas.

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Love of my life por Queen

por