Blablerías N°14 - Abril 2015 | Page 9

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Déjame llorar

por Adriano Perticone

i bien uno veía a Nora lo primero que se destacaban eran sus ojos. Al

principio, por supuesto, el color de sus ojos. Después, la intensidad de su

mirada. Más tarde, la profundidad de lo que esos ojos veían y creían. Los que llegamos a conocerla más, supimos de la fuerza de su convencimiento, de la tenacidad, la energía y la convicción con que vivía a fondo lo que elegía y lo que le tocaba vivir. Supimos de los silencios profundos con los que sus ojos respondían y del brillo con el que acompañaba sus sonrisas.

ír su voz en la que aparecía –discreto- el acento de su región natal, con un

tono más grave del que se podía esperar, oírla y verla contar, oírla reír era

toda una experiencia. Su voz y su cadencia son parte de lo que se llevó en su vuelo, transformada en mariposa. Porque para quienes no lo saben aún, esperó para irse, este último 4 de febrero, a que una mariposa entrara a su casa. A partir de entonces, cada mariposa que, en este verano insólito y en este otoño insinuado, aparece en Porteña, en Agua de Oro, en Córdoba Capital, en Buenos Aires, nos la trae de vuelta con su aleteo.

ecordar a Nora es hacer una de esas piruetas llenas de magia que ella

proponía en escena y en la vida, para pasar por alto el desconcierto de estos

dolorosos últimos meses. Prefiero recordarla en Villa Giardino, al lado del río, la primera tarde de cuentos que compartimos con Rubén López, entre otros. O en la esquina de Aguirre Cámara y Av. Colón, en Alto Alberdi, en julio de 2003, cuando nos encontramos sin saber que ahí nacerían Los Decires (nuestro festival de nombre largo, pasos confiados y brazos abiertos). O en la plaza de Porteña, su pueblo natal, o en la mesa de los domingos con sus padres, sus hijos, su nieta, o en el Barrio Chino de Belgrano cuando fue la invitada sorpresa para mi cumpleaños, o en el Abasto con la murga y los chicos de los talleres, o en cualquiera de todas las heladerías en las que ya tendrían que cambiar el nombre de los quinotos al whisky por el suyo. O allí donde reuniéramos una ronda de cuentos.

hora nos queda seguir su vuelo, honrar su esfuerzo, continuar su sueño. A

Porteña, se le fue una sembradora de cultura, una luchadora honesta e

íntegra. A Córdoba, una creadora inquieta. A la narración oral de Latinoamérica, le faltará una voz única, una exigente y exquisita artista. A muchos de nosotros, una amiga sin igual. A mí, mi hermana. Tal vez puedan otros decir más, dar datos, enumerar sus logros, reseñar sus pasos. Hoy, solo me sale extrañarla tanto, desear que su paraíso sea un escenario al que le lleguen los ecos de nuestros aplausos, nuestras risas, nuestra emoción.

Nora Maretto fue, es y será por siempre una mujer de palabra. Una mujer de palabras.

N

O

R

A