Blablerías N°14 - Abril 2015 | Page 18

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Narraciónón

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Narración oral escénica

EL ARTE DE LA EMOCIÓN COLECTIVA

l hecho de que la narración oral se consolide como arte escénica me parece una

maravilla de este siglo XXI, tiempo en el que conviven juglares y robots, libros de papel y papiros electrónicos, susurros y palabra teledirigida, fogones y leds, artesanos y androides de las palabras. Una maravilla para quienes vivimos lejos del fuego que seguramente perdura de algún modo en las rondas natas de pescadores y campesinos de este tiempo.

Ana Padovani –pionera y estudiosa del arte de narrar- conmueve así mi reflexión, cuando en un capítulo de su libro Escenarios de la Narración Oral señala que la variante escénica del género más antiguo del mundo es un fenómeno exclusivamente urbano, y cuando observa que la presencia del escenario modifica la tradicional simetría entre narradores y oyentes. Ese contraste con la ronda igualitaria o con las narraciones que inevitablemente ruedan en familia, me remite a las circunstancias en que surge esta variante escénica que celebro. Y la celebro eufóricamente como homenaje a quienes nos mejoran la vida practicándola, y especialmente a quienes con valentía, convicción e ingenio refundaron espacios urbanos en las últimas décadas del siglo XX, para que la narración oral sosegara, esa vez, las desesperanzas de la época.

Me refiero a artistas de la palabra y de la escucha; mujeres y hombres memoriosos, lectores, actores y escritores que salieron a improvisar escenarios o a aprovechar los que había para otros fines, y allí osaron narrar oralmente la hondura humanista para sorpresa y feliz conmoción de unos auditorios desprevenidos.

El silenciamiento anterior, el sordo individualismo, la condena del ocio creativo y el "neg-ocio" (del latín: negación del ocio) cultivados a ultranza y sin casualidad alguna en diversos puntos del planeta, pero especialmente en nuestra América, habían sitiado la memoria colectiva y hasta los espacios y tiempos familiares dedicados a la artesanal comunicación humana. Los sueños, el asombro

y la imaginación habían sido hostigados sin medida. Y las inhumanas consecuencias comenzaban a ser muy palpables en las ciudades.

Cómo no celebrar hoy, además de las virtudes propias del género y del entrañable oficio de narrar, la dimensión social que continúa alcanzando aquella reacción casi épica de quienes salieron, ingeniosamente, a propagar la lumbre y la emoción colectiva de los fogones primigenios. Cómo no celebrar la consolidación de un arte que continúa organizando el caos interno y el estrés de esta época, con solo convidar la música bien compuesta del buen narrar, las lógicas inesperadas del arte, la comunión provisoria y, aún así, promisoria.

Isamara y Ariel Petrocelli –músicos de la palabra y del antigal indígena- nombraron el desgarro cultural del siglo XX con una metáfora elocuente para la comprensión de las generaciones nuevas o sin memoria de lo padecido en Latinoamérica. Dijeron que a su generación, las dictaduras le tiraron con munición muy gruesa, y como el oído es un órgano importante del cuerpo humano, pero también un órgano del cuerpo de un país, el