Blablerías N°14 - Abril 2015 | Page 16

Reflexiones

para leer

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Todos los textos,

¿se pueden narrar?

Digamos que casi todos los cuentos son “narrables”. Y partiendo de la idea de pensar en la narración oral como un hecho artístico y una herramienta pedagógica irrenunciable, con sus técnicas y códigos específicos, cabe recordar que, cada vez que contamos, estamos haciendo una adaptación a la oralidad de una obra literaria. Dicha obra nació para ser leída, y el narrador oral la mueve al terreno de la palabra dicha de manera coloquial, con el fin de acercarla a los escuchadores, e invitarlos -por qué no- a leerla para escuchar a solas la voz del autor.

Tomo por ejemplo el cuento “Ruidos bajo la cama” de Mathis, que editó Adriana Hidalgo. Se trata un libro álbum en el que las imágenes narran muchísimo, complementando un texto breve compuesto por un diálogo entre un nene y un monstruo, y luego el nene y su papá. Aún con estas características, esta historia puede ser llevada a la oralidad bellamente.

El trabajo de adaptación (trabajo de mesa) que hará quien desee contar un cuento, consiste en la apropiación de la historia a partir de la lectura reiterada de los textos e imágenes del libro. Leer y contar: un juego que el narrador juega todo el tiempo y en soledad, hasta que decide mostrar el producto oral. En soledad – reitero- el narrador leerá para sí y se narrará la historia hasta ponérsela en el cuerpo como un hermoso y querido traje. Y decidirá todo el tiempo qué dice y qué calla para beneficio estético del relato. Con la obra citada, deberá decidir si conserva los diálogos en forma directa y, en tal caso, le pondrá la voz al niño, al monstruo y al papá; o los llevará a las formas indirectas, por ejemplo: “entonces el monstruo le dijo que tenía horribles tentáculos viscosos…”. Ponerle la voz y la actitud corporal a los personajes no significa, necesariamente, cambio de voces; requiere, sobre todo, impregnarle una característica a la manera de hablar de cada uno, una actitud corporal a cada uno, siempre austeramente, sin sobreactuaciones.

Un narrador podrá resolver cómo contar cada historia seleccionada que llevará a la oralidad, escuchando siempre a su cuerpo. Lo podrá hacer sentado, de pie, apoyado en un banco alto, en una alfombra con los chicos sentados en círculo, etc. Dejarnos atravesar por el juego a la hora de contar es el desafío para que la historia fluya en el contador y llegue a los oyentes, y sean ellos los que puedan construir las imágenes que el relato genera.

Entregarnos

al disfrute de

la palabra dicha

y escuchada;

descubrir, una vez más, que el cuento que alguien me cuenta, convoca. Alguien me entrega una historia y me la ofrece con la voz, con el cuerpo, con la palabra, con la mirada, con los gestos y con los silencios.

Aún en tiempos de tanta tecnología y tanta imagen, los cuentos narrados y leídos siguen invitando a un fogón imaginario alrededor del cual vivimos lo que escuchamos. El relato cobra vida en el cuerpo del narrador. Poco importa qué se cuente: el desafío está en cómo se cuenta. Debemos tener presente que el narrador habla de lo que ve: la imagen y la escena se anteponen a la palabra.

Y por supuesto, después de contar una historia tan bonita como “Ruidos bajo la cama”, sugiero compartir el libro para tocarlo, olerlo, leer sus imágenes, su texto y paratexto, en fin, para seguir la fiesta que comenzó cuando el narrador descubrió ese cuento, se apropió de la historia a través de la lectura, fortaleció las imágenes que esa lectura le permitió crear en su interior, lo narró e invitó a leerlo. Un viaje redondo: lectura, narración y lectura.

por Vivi García

La ronda

Marta Gómez