Blablerías N°14 - Abril 2015 | Page 12

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Peques

El niño y la lluvia

por Sergio Martínez

C

uentan las voces que siempre

cuentan que toda historia tiene

otra guardada.

La historia mayor cuenta que un niño huarpe jugaba solo en el desierto cuyano de Tulumaya. Se entretenía haciendo dibujos con un palito en la tierra: el sol, las montañas, los guanacos, los cóndores y los peces y patos de la laguna de Guanacache.

Todos los días repetía el juego. El desierto infinito era su lienzo y su patio.

Una tarde comenzaba a aburrirse de la soledad y del juego, cuando de

pronto vio un pequeño estallido en la arena que dibujaba un sol pequeño.

Acercó su carita para observar de cerca lo que sucedía. Pensó que una

lagartija saldría del hueco, pero no fue así. Una explosión diminuta tras otra,

y él cada vez más atento. Supuso que algo caía desde arriba, miró al cielo y las gotas veloces y frescas salpicaron su rostro. Así descubrió la lluvia y, extendiendo los brazos para dejarse mojar, una enorme sonrisa le llenó la cara. En breves momentos, la lluvia se transformó en un maravilloso aguacero, típico del desierto.

El niño mojado jugaba con los primeros charcos que aparecían y desaparecían rápidamente tragados por la arena.

Desde la choza, la madre vio a su hijo y le pidió que entrara.

—No soy yo el que juega con la lluvia—le dijo él—: es ella la que ha venido a jugar conmigo.

La madre sonrió, siguió con su tarea y dejó que el niño se divirtiera.

Esta primera historia esconde otra que tiene que ver con las divinidades de los huarpes.

Ellos saben que Selkene, la diosa de la lluvia, está enamorada de Wayra, el viento, y por eso lo sigue por todas partes. Wayra es un joven hermoso, lleno de vitalidad y caprichoso en sus movimientos. Elige siempre los mismos caminos y le gustan mucho los desiertos. Después de su paso por las arenas, llega siempre la lluvia, que no cesa de seguirlo.

Un día, estaba Selkene siguiendo a su amado, cuando se distrajo al ver a un niño cansado dibujar en la arena. Al verlo tan solo y sin nadie con quien entretenerse, se sintió apenada. Entonces se detuvo y bajó a la tierra en forma de aguacero, para jugar con el niño.

Hunac Huar, su padre y máximo dios de los huarpes, y Wayra, su enamorado, le preguntaron disgustados por qué se había desviado de su destino.

—No soy yo la que juega con el niño—respondió Selkene—: es él el que ha querido jugar conmigo.

Desde entonces, los huarpes celebran el regreso de la lluvia al desierto de Tulumaya. Saben que ella puede transformarse en juguete para un niño.