Blablerías N°14 - Abril 2015 | Page 11

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Oralidad

urbana

por Marita von Saltzen

maritacuentera.blogspot.com

PIROPOS ERAN

LOS DE ANTES

os piropos, palabras galantes

que los hombres dedicaban a

las damas en su paso por las calles, buscaban tiempo atrás la sonrisa y el agradecimiento.

Alababan los rasgos y atributos de la mujer y producían un acercamiento momentáneo.

Quedan todavía algunos galanes “piropeadores”, pero lamentablemente ahora es más común escuchar palabras groseras, que nada tienen de poesía, y que casi todas las mujeres sienten como un acoso verbal callejero.

“Esos ojos me iluminan la noche.”; “Ángel, ¿te lastimaste cuando caíste del cielo?”; “Mujer, ¡qué guapa eres! ¿No quieres un guapo?” Daba gusto escucharlos. ¡Y claro que merecían un “Gracias”! Ningún hombre iba a pensar que una era “fácil” porque le dedicara una sonrisa.

La palabra piropo proviene del griego pyropós (pyr, fuego, y ops, aspecto), semejante al fuego. Los romanos tomaron esa expresión para denominar a las piedras de color rojo brillante como el rubí. El rubí se vincula con el corazón, y era la piedra preciosa preferida para regalar a las novias. Los enamorados que no podían pagarla, regalaban palabras galantes o poemas.

En 1440, el Marqués de Santillana utilizó la palabra piropo, pero recién en 1843 apareció en el Diccionario de la Real Academia definida como lisonja, requiebro.

Algunos piropos tenían humor, pero no eran una falta de respeto: “Sos tan dulce, que te miro y me duele la muela.”; “¡Cuántas curvas y yo son frenos!”; “¿De qué juguetería te escapaste, muñeca?”.

Otros eran más románticos y más largos. Entonces el hombre susurraba durante unos metros siguiendo a la elegida: “Tengo que comprarme un diccionario porque me he quedado sin palabras.”; “Quisiera ser sol para alumbrar tu día, y luna para velar tus sueños.”; “Desearía ser una lágrima tuya para nacer en tus ojos, vivir en tus mejillas y morir en tus labios.”.

El piropeador más famoso de la Argentina vivió en la ciudad de Córdoba en el siglo XX. Su nombre fue Fernando Albiero Bertapelle y había nacido en Italia en 1875. A los trece años llegó a la Argentina y a principios del siglo XX se radicó con sus padres en Córdoba. A lo largo de su vida, fue litógrafo, mayordomo, procurador judicial y mozo en el elegante bar Richmond. En este bar conoció artistas, doctores y políticos, y mejoró con ellos sus modales y su lenguaje. Se hizo amigo de Aguirre Cámara, abogado y político de la alta sociedad cordobesa, quien lo hizo entrar como mozo al Jockey Club.

Por esa época, comenzó su oficio ad honorem de piropeador. Vestido como un aristócrata, con frac, con galera, bastón con empuñadura de marfil en mano y un ramito de flores en la solapa, recorría la calle céntrica 9 de Julio entre Rivera Indarte y San Martín recitando ocurrentes y deliciosos piropos a todas las damas. También les ofrecía una flor. Sus pomposas palabras y sus movimientos caballerescos exagerados siempre cosechaban sonrisas de señoras y señoritas.

Gracias a su trabajo en una inmobiliaria de renombre, logró una pequeña fortuna con la que se compró el auto de sus sueños: un Packard de lujo, igualito al de Carlos Gardel. Le mandó colocar floreros en los costados, y por eso recibió el apodo de “Ventanita Florida”, que luego se transformó en “Jardín Florido”, nombre con el que hoy se lo recuerda.

Pero ese auto no le trajo buena suerte. Un día, distraído por la belleza de una mujer, atropelló a tres chicos. Perdió su Packard y otros bienes y, nueve años después, en 1963, falleció en la pobreza.

Tenía 88 años y sus piropos nunca cesaron. Todavía parecen estar allí, en la esquina de 9 de julio y Rivera Indarte. Hay en Córdoba restaurantes, kioskos y hasta un pequeño monumento que recuerdan a Jardín Florido.

Tal vez, desde algún lugar, esté leyendo este artículo y me dedique un piropo…

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Caballero de ley. A Jardín Florido por Los del Suquía