Blablerías N°14 - Abril 2015 | Page 10

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El otro plato

Cuento

por Silvia Furuzawa

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Entré. Y te vi. Era imposible no verte. Eras una nube quieta dibujada en el cielo del desamparo; con el uniforme blanco, la mirada baja, la boca blanca. Los azulejos y las paredes también eran blancos, igual que los centímetros de papel cuidadosamente doblados y acomodados en fila sobra la mesa de fórmica blanca. Algunos eran apenas un tono más gris y parecían ásperos. Tu cuerpo delataba varias voces de niños llamándote por las madrugadas. Horas acumuladas de guardapolvos lavados y planchados. Noches de humo, de poca leche y algo de pan. Quise preguntarte cómo te llamabas, cuántos años tenías. Pero no me animé.

Entonces, dos chicas entraron hablando alto, desenfadadas. En unos minutos ensuciaron lo que habías limpiado. De nada sirvieron los carteles colocados en las puertas y en el costado del espejo. Vos fuiste hasta la última puerta. Tomaste el balde, el lampazo y una botellita sin marca con el desinfectante diluido. Entraste para repetir una vez más la rutina de tu trabajo. Ningún rojo, ningún marrón ni amarillo cambió la música de tu rostro.

Mientras me lavaba las manos, me di vuelta para observarte. Te movías al compás de un pensamiento. Tocabas vientos de dolor. Tenías la boca apretada. Igual, lo escuché: "qué laburo de mierda", dijiste.

Después, juntaste todas las cosas. Las guardaste sin hacer ruido, en el mismo lugar. Volviste a tu taburete viejo. Te sentaste al lado de la mesa de fórmica. La misma nube que vi al entrar.

Antes de irme te dejé dos monedas de un peso sobre un plato blanco. Te di las gracias. Vos no me contestaste. No miraste. Nada.

Salí al bullicio. Al calor y a los colores de Retiro. Me mezclé entre la gente que llegaba y con la que se iba. Crucé bares. Esquivé la invasión de puestos y los kioscos de revistas. Leí el anuncio de partidas en el cartel. Llegué a la plataforma "21". Subí al micro verde que me llevaría lejos de esta ciudad. Me senté. Me puse los auriculares para escuchar música. Pero solo escuché el eco blanco de los refusilos de tu desamparo.

Decidí que en mi viaje de vuelta pasaría a saludarte. Lo hice. Pasé y te dejé sobre el plato una corona de princesa. Una flor que abre por las noches, junto a la escama de un dragón. Y el unicornio que te espera en la puerta de la nube, para llevarte a un lugar mejor.