Blablerías N°11 - Julio 2014 | Page 14

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por Liliana Bodoc

“Les aseguro, damas y caballeros, que el cumplimiento de MI DECRETO conseguirá que los habitantes de este pueblo retornen al camino de la virtud y la buena conducta. Cúmplase hoy, mañana y siempre”.

Un fervoroso aplauso que arrancó en el “cúmplase” y terminó varios minutos después, emocionó visiblemente al orador.

Se trataba del señor Severo Cuasimorto, hombre flaquísimo y altísimo, verdoso y anguloso, que estrenaba, con un muy singular decreto, su recién adquirido cargo de “Custodio de la Perfección”.

En realidad, el mencionado cargo no existía antes de que Severo Cuasimorto lo asumiera y no sobrevivió cuando lo abandonó. Cuasimorto y su cargo fueron una sola cosa, un cuerpo y su espíritu.

La primera y única tarea del señor Cuasimorto era eliminar los errores de los ciudadanos, castigar las equivocaciones, ¡aniquilar la vergonzosa imperfección!

Tras pasar días y noches en su despacho, sorbiendo café amargo y comiendo galletas de limón, Severo Cuasimorto emergió triunfante. Sostenía, adelante y arriba, un papel escrito de su puño y letra. El decreto que maquinó en largas horas de inspiración era definitivamente ingenioso. Y puso pálido a un pueblo entero.

“Toda vez que un habitante, de cualquier edad, sexo u oficio, cometa un error, desacierto o burrada, inexactitud o traspié, tropezón o caída, con intención o sin ella, recibirá un OBJETO en su domicilio antes de cumplirse las veinticuatro horas…”

OBJETO fue la palabra que eligió Severo Cuasimorto para su decreto y esto, en efecto, era lo que recibían los culpables. Esféricos o cúbicos, huecos o macizos, claros, oscuros, pesados o livianos, porosos, transparentes, pequeños o enormes.

La relación que existía entre la forma del objeto y el error cometido fue cosa que Severo se llevó consigo a la tumba.

En cambio expresó, a toda voz, las ventajas del escarmiento:

1.-Toda vez que uno de nuestros OBJETOS ALECCIONDORES sea llevado a un domicilio será visto por todos los vecinos y esto, sin duda alguna, acarreará vergüenza al imperfecto en cuestión.

¡Todos fueron problemas!

Los buenos vecinos pelearon entre sí. La gente andaba cabizbaja y arisca. Caras demacradas, mesas sin apetito y noches con pesadillas.

Lo peor de todo fue que entre tanto desaliento y tanta vergüenza, los errores se hicieron más frecuentes.

El error..., nuestro padre repudiado. Por él, hoy andamos erguidos. Padre nuestro el error que transformó los chillidos en poemas, la piedra en hacha, y las crías en hijos. El error nos explica, y a nada le adeudamos tanto. Sin embargo, hoy le damos la espalda y jamás lo invitamos a la mesa porque nadie lo quiere en su familia. ¡Nada con el error! La cabecera es de los que aciertan. Y aciertan otra vez y siempre aciertan.

Pero el error espera, padre nuestro, para tender la mano en el momento justo. Será cuando nos vea pálidos de acertar, dormidos de acertar, flojos y estériles, plastificados. Entonces llegará para invitarnos a salir del espejismo que nos cuesta la vida: el acierto perpetuo, frontera de la muerte, instancia suprema de la estupidez

Caminará el error, como siempre lo ha hecho. Tras sus pasos un hombre va a sir...bal, un hombre va a si...blar. Un hombre va a silbar, equivocándose, bendito sea, una canción de amor.

UN DECRETO INCOMPRENDIDO

E

L

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Narraciónón

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Mi peor error

Alejandra Guzmán