Blablerías N°10 - Abril 2014 | Page 12

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por

María Eugenia Márquez

n una entrevista que en el Periódico La Jornada de México se le hacía a Galeano en el 2009, quedó consignada la anécdota que he escogido como epígrafe. Dicen, y dicen bien, que un epígrafe apadrina. Ésa y ninguna otra ha sido mi intención al tomarlo. Que el texto abra la puerta, muestre el camino, tienda los brazos a estas reflexiones…

Cultura y natura; posiciones antípodas

(que no antagonistas), en el escenario del mundo, la vida, el acontecer humano. Con el segundo término abarcamos con una sola palabra todo lo existente en el universo sin que haya intervenido la mano del hombre, y con el primero, todo aquello creado por el hombre. No podemos ignorar que en el intermedio de estas posiciones, existen híbridos. Pensemos en El Jardín Keukenhof de los Países Bajos, en el de Especulaciones Cósmicas de Escocia, en el Suang Nong Nooch de Tailandia, en el de Versalles de Francia, el Botánico de Curitiba en Brasil, o hasta en el más humilde patio de una comunidad de apenas cien casas, en donde la mano del hombre ha escogido ciertas plantas cultivándolas en latas o artefactos de cocina agujereados por el uso, y tendremos que ahí, la naturaleza, por “cultura”, por voluntad humana, tomó formas y aspectos determinados.

Existe pues, desde esa voluntad humana

puesta al servicio del embellecimiento, hasta aquella que ha dejado al mundo en el desbarrancadero ecológico en que se encuentra. Pareciera que la cultura tiene un papel predominante sobre la naturaleza, aunque luego, ante la inarmonía, o excesos, natura resuelve mostrar su poderío para recuperar terreno, desplegar sus alas, y mostrar toda la indómita voluntad de vida en que resuelve su cifra, su sino, su impronta.

El hombre tiene r ealidades de voluntad tan desafiantes como las de la naturaleza. Las acuña a través del lenguaje. Con él genera nuevas realidades y moldea el futuro; selecciona cuáles episodios del pasado merecen el derecho a la inmortalidad y a cuáles les dará un destino de sombra, de nébula, de sótano o trastienda. Aun así, los objetos de la memoria que sepulta en un pantano quizá en un futuro se develen como pálidos fantasmas o inciertos fuegos fatuos.

Y es por medio del lenguaje, que, en primer lugar, selecciona los paisajes álmicos que lo definen y, en segunda instancia, multiplica sus visiones, buscando la concordancia y la sinergia en el espejo de la otredad. De esta manera, el contador de historias se vuelve un declarador público, un fedatario de la historia, del pasado,

PINTORES DE PALABRAS

“Y ahora… cuéntanos cómo es la mar” (dijeron). Yo me quedé mudo, pero insistían, cuéntanos, cuéntanos cómo es la mar. Ninguno de ellos iba a verla nunca. Todos iban a morir temprano. Y yo no tenía más remedio que traerles la mar. La mar estaba lejísimos y yo tenía que encontrar palabras que fueran capaces de mojarlos”.

Eduardo Galeano

Narraciónón

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