Pero desde principio de los 90
yo
había
empezado
a
entenderlo
de
manera
diferente. Había visto en
persona lo que se hacía en
USA y en Yugoslavia y
trabajaba para adaptarlo a mi
manera en Las Palmas,
revelándome también contra el
topicazo con el que me
avisaban de mi inminente
fracaso mis amigos “godos”,
respecto a que los canarios ni
defendían ni corrían, pero eso
sí, con balón eran buenos.
Mentira. Todo eran lugares
comunes para justificarnos a
nosotros
mismos
nuestra
ignorancia e incapacidad. La
única diferencia, la verdadera
razón de que los yugoslavos
tuvieran esos jugadores era
que ellos entrenaban más y
mejor a los mejores. Punto.
Llegó el cambio profundo y
rápido de nuestro país en el
final de siglo XX y la eclosión
en el XXI. Pasamos del
baloncesto en los “colegios de
curas”
al
baloncesto
de
polideportivo municipal. De no
tener más que dos campos
cubiertos, viejos y feos en toda
la Isla, a que cada pueblo de
España tuviera un pabellón con
más aforo que habitantes
censados (además de piscina
olímpica, pista de atletismo
homologada y varios campos
de fútbol de césped natural o
artificial, según el caso...).
Así que, empezamos a tener
instalaciones
decentes
y
abundantes y presupuestos
holgados, provenientes de las
instituciones públicas,
las cajas de ahorro que éstas
manejaban con soltura y un
incipiente
entramado
empresarial, que creía que
ganar dinero iba a ser tan fácil
siempre y que estaba bien eso
de apoyar al deporte, para que
la juventud tuviera lo que ellos
nunca habían tenido. ¡Y sin
tener que pagar nada para que
tu hijo jugara a baloncesto!
Y ese mundo tan bonito que
nos montamos en un momento
y que parecía que iba a ser
para siempre, propició que
empezáramos a entrenar como
locos y atraer a buenos
deportistas que veían que no
era el fútbol la única salida. De
hecho
nosotros
éramos
mejores en muchos aspectos y
llegamos antes que el fútbol al
nivel de icono mundial como
país de referencia. El futbol
llegó justo después con un
juego y unos jugadores que se
parecían cada vez más a
nosotros.
Se creaban puestos de trabajo
casi de verdad, se becaba a
jugadores promesa de todo tipo
y procedencia y se tenían los
medios necesarios, todo lo cual
hacía florecer a aquellos que
siempre habían estado allí pero
sin poder crecer y explotar todo
su potencial. Hacer deporte en
serio, en instalaciones serias
(por las que en muchos casos
no se pagaba nada) y con
presupuesto serio dejó de ser
algo absurdo e imposible y se
convirtió en una moda, un valor
y una obligación de la sociedad
del bienestar (lo que quiera que
eso fuera). Se creó el caldo de
cultivo y se produjo el milagro
de la vida.
Cada día más entrenadores
viajamos,
estudiamos
y
trabajamos seriamente en algo,
que por fin parecía que la
sociedad nos iba a reconocer.
Hasta nuestro título dejó de ser
un "cursillo" (¡todavía hay quien
lo llama así!) de un par de fines
de semana.
Y le ganábamos a todo el
mundo en todos los deportes y
encima con un cierto toque o
sello
distintivo:
Buenos
jugadores con aspecto de
“gente normal” y cercana, bien
enseñados y dirigidos, muy
profesionales,
nada
prepotentes, bien educados,
trasmitiendo "buen rollo de
equipo", jugando divertido...
Respetados,
admirados,
envidiados y odiados cuando
era menester, como nos
pasaba a nosotros con los
yugoslavos... igualito.
La cosa es...