Autarquía numero-cinco | Page 18

la mental gobernar Política S i tú, querido lector, eres universitario, entonces no te enteraste del siguiente acontecimiento, ni mucho menos ahora porque ya forma parte de los recuerdos que la sociedad toma como irrele- vantes; más aún, si ocurrió en uno de los países más pequeños de nuestro continente, pero no lo es para iniciar nuestro tema. Hace poco más de 20 años, en agosto de 1996, el Ecuador tuvo como presidente al señor Abdalá Jaime Bucaram Ortíz. Duró en su encargo 5 meses y 25 días, de los cuales fue depuesto por el congreso ecuatoriano al declararlo incapaz mental. Nunca se le practicó examen médico alguno, pero hubo serias evidencias de su locura: en cinco meses cometió actos de co- rrupción, nepotismo, desvió fondos de dinero público, incum- plió promesas de campaña, fracasó en sus políticas sociales, aceleró una grave crisis económica y volcó a su pueblo contra él en masivas protestas públicas. No fue una estrella de espectá- culo que se convirtió en presidente: fue un presidente que quiso convertirse en estrella de espectáculo: ya en su función como presidente cantaba en sus mítines y colocaba sus discos; llevaba la fiesta a los pueblos, baile y música; y desde las arcas del Es- tado vendió leche marca “Abdalact” para los pobres, que resul- tó —luego de una sencilla investigación— estar contaminada. Abdalá salió del Ecuador y se refugió en Panamá durante varios 18 Autarquía años, pero como los delitos imputados en su contra prescribie- ron en Abril de este año 2017, se sabe que hoy hace un mes ha vuelto a su patria, envuelto en el mayor silencio. Para los mexicanos, esa forma abyecta de gobernar es bien conocida; aunque nunca ha sido causa para destituir a ningún gobernante por su incapacidad mental. Baste traer de ejemplo al señor Hilario “Layín” Ramírez Villanueva, actual presiden- te municipal de San Blas, en el estado de Nayarit, quien ya se ha registrado como candidato a la gubernatura de esa entidad federativa. Léase cualquier nota acerca de este crápula, para darse cuenta que supera, en mucho, al ecuatoriano Abdalá Bu- caram. El señor Layín se jacta públicamente de haber robado dinero de las arcas municipales, pero —dice— robó poquito. Lleva, como Bucaram, la fiesta al pueblo; 15 millones de pe- sos por la de su cumpleaños 44. Obsequioso y despilfarrador, en un baile levantó la falda a una muchacha frente a todos los concurrentes y, en entrevista posterior, con toda desfachatez, dijo que así la trató porque la conoce y es amiga familiar. Ejemplos varios como éstos y peores nos da a conocer la his- toria universal; y nos los muestra como expresión de una so- ciedad decadente. Erasmo de Rotterdam en 1509 escribió su Elogio de la locura —o Elogio de la necedad—: una crítica