la
mental
gobernar
Política
S i tú, querido lector, eres universitario, entonces no te enteraste
del siguiente acontecimiento, ni mucho menos ahora porque ya
forma parte de los recuerdos que la sociedad toma como irrele-
vantes; más aún, si ocurrió en uno de los países más pequeños
de nuestro continente, pero no lo es para iniciar nuestro tema.
Hace poco más de 20 años, en agosto de 1996, el Ecuador tuvo
como presidente al señor Abdalá Jaime Bucaram Ortíz. Duró en
su encargo 5 meses y 25 días, de los cuales fue depuesto por el
congreso ecuatoriano al declararlo incapaz mental.
Nunca se le practicó examen médico alguno, pero hubo serias
evidencias de su locura: en cinco meses cometió actos de co-
rrupción, nepotismo, desvió fondos de dinero público, incum-
plió promesas de campaña, fracasó en sus políticas sociales,
aceleró una grave crisis económica y volcó a su pueblo contra
él en masivas protestas públicas. No fue una estrella de espectá-
culo que se convirtió en presidente: fue un presidente que quiso
convertirse en estrella de espectáculo: ya en su función como
presidente cantaba en sus mítines y colocaba sus discos; llevaba
la fiesta a los pueblos, baile y música; y desde las arcas del Es-
tado vendió leche marca “Abdalact” para los pobres, que resul-
tó —luego de una sencilla investigación— estar contaminada.
Abdalá salió del Ecuador y se refugió en Panamá durante varios
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Autarquía
años, pero como los delitos imputados en su contra prescribie-
ron en Abril de este año 2017, se sabe que hoy hace un mes ha
vuelto a su patria, envuelto en el mayor silencio.
Para los mexicanos, esa forma abyecta de gobernar es bien
conocida; aunque nunca ha sido causa para destituir a ningún
gobernante por su incapacidad mental. Baste traer de ejemplo
al señor Hilario “Layín” Ramírez Villanueva, actual presiden-
te municipal de San Blas, en el estado de Nayarit, quien ya se
ha registrado como candidato a la gubernatura de esa entidad
federativa. Léase cualquier nota acerca de este crápula, para
darse cuenta que supera, en mucho, al ecuatoriano Abdalá Bu-
caram. El señor Layín se jacta públicamente de haber robado
dinero de las arcas municipales, pero —dice— robó poquito.
Lleva, como Bucaram, la fiesta al pueblo; 15 millones de pe-
sos por la de su cumpleaños 44. Obsequioso y despilfarrador,
en un baile levantó la falda a una muchacha frente a todos los
concurrentes y, en entrevista posterior, con toda desfachatez,
dijo que así la trató porque la conoce y es amiga familiar.
Ejemplos varios como éstos y peores nos da a conocer la his-
toria universal; y nos los muestra como expresión de una so-
ciedad decadente. Erasmo de Rotterdam en 1509 escribió su
Elogio de la locura —o Elogio de la necedad—: una crítica