Autarquía 1 | Page 18

Nada, identidad y amor. He sido un viajante. Seis años hace que he dejado aquello que suelen llamar Patria; así, con mayúsculas, como hacen los poetas exiliados que no encuentran más vocablos para gritar su furia, pero que a menudo utilizan los idealistas de lo absurdo para matar poetas. En lo personal, prefiero decir que partí del terruño; por ejemplo, atrás quedaron las montañas de nombre “Las Tres Marías”, las que busco aún hoy para ubicar correctamente la rosa de los vientos, que con su abrazo milenario cierran el paso por el norte herediano a los vientos furiosos del caribe, y que tanto amé recorrerlas desde niño, hundirme hasta las rodillas en sus eternos barrizales, empaparme de sus olores húmedos a orquídea mientras veía a mi silencioso padre marcar los árboles para encontrar, al final del día, el camino de regreso a casa. También permanece en un rincón, bajo diez centímetros de recuerdos, el día en que los temporales dejaron de hacer mella en mis juegos y supe, como es capaz un niño de saber, que libertad no es sino el nombre que damos a nuestras correrías bajo aguaceros torrenciales. Presentes están las incontables ocasiones en que caminé por la Avenida Central de San José, por su mercado o la manera en como aparece, irrepetible ensoñación, detrás del viejo hotel capitalino —guardián del piano que ahoga el barullo de conversaciones antiquísimas— el techo rojo como laurel del Teatro Nacional. Y como ya esperaría un lector, el beso amoroso de la existencia permanece mirando nubes, robando risas, en los jardines de la Universidad de Costa Rica, en los instantes en que explorar unos labios era supremamente más importante que aprobar el examen de química. He sido un viajante, versan mil rostros y siete verdades a medias sobre mi corazón que las constituciones encierran en fronteras; y acerca de ello puedo esgrimir varias Foto por: Inés Gutiérrez 18 Autarquía