andar por ahí | martin patricio barrios ago. 2012 | Page 88

Cosas que pasan un par de veces en la vida. Pocas. Cosas que nos valieron la pena. Alguna vez nos juntamos en el living de la casa de avenida 1, en esa casa donde se juntaron dos de los tipos más lúcidos que conocí, él tocaba el piano y yo dibujaba. 30 años después nos volvimos a juntar del otro lado del mundo, él tocó el piano y yo pinté y comimos sushi y tomamos champagne con licor de Casis y humo líquido. También comí granos de café con chocolate. O aquellas tardes en la terraza de la calle Torrent, cuando cantábamos tangos a los gritos y tanto tiempo después cantamos Yuyo verde en algún restaurante del Parque de los Patricios, como si fuéramos chicos de pelo largo y sin canas, creyendo que vamos a creer en lo que creemos, creyendo que tenemos los bolsillos vacíos, aunque tengo todavía el pelo largo y los bolsillos vacíos. Dos o tres veces, hermano, dos o tres veces en la vida. Caminar sin sentido por Congreso, hablando de amores descarriados. Dos o tres veces. Contar la proeza. Tomar un café medio frío. Reírse de mi daltonismo. No tomarse nada en serio y al final pasó que pasó. Dos o tres veces, nada más. Casi salimos campeones, nos encontramos en un bar de Madrid, después de 15 años de no verlos, caminamos por la nieve, resbalándonos, paseamos al perrito y fumamos a escondidas con las manos heladas en el Churchill Park. Una o dos veces, hermanito. Una cena en que me informaron “oficialmente”: sos el padrino de nuestro hijo. Me fui un fin de semana a Kansas City a ser testigo del casamiento de aquel que es como si fuera yo pero es otro. Cosas. Pocas. Cada tanto compro un sandwich de salame y queso, sin corteza, ¿un poco de manteca puede ser, querido? le digo al mozo. Ya sé, hermanito, ya sé que es tarde, pero sería de lindo volver al Seddon a comer salamín con café. Sí, picado grueso. Picado grueso, por favor. Koïrézéna, Burkina Faso, 2008.