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8 ARMANDO SÁNCHEZ ALBARRÁN l ESTELA MARTÍNEZ BORREGO Introducción se gobierna por reglas, conformando así lo que se ha denominado “régimen alimentario”, el cual ha pasado por dos etapas anteriores (“primero y segundo régimen alimentario”), y a partir de 1980 nos encontramos bajo el denominado “tercer régimen alimentario corporativo” (McMichael, 2015) o “régimen alimentario neoliberal” (Otero, 2013). El carácter corporativo del régimen alimentario actual se expresa en que su base de actuación es el monopolio privado, en donde las grandes empresas multinacionales se han convertido en los agentes económicos dominantes, ya que la producción agropecuaria ha sido cada vez más integrada a los complejos agroalimentarios. El capital subordina a los productores a través de venderles insumos químicos, biológicos, mecánicos, etc., y de comprarles sus productos como materias primas baratas para transformarlas en bienes manufacturados, de tal manera que el procesamiento industrial de comida se ha convertido en una esfera de acumulación de capital transnacional (Martínez et al., 2015). Por otro lado, ese carácter corporativo se vislumbra también en el papel que tiene el Estado como actor clave para llevar a cabo el proceso de acumulación de capital en la agricultura, a través de instrumentar políticas agrícolas y alimentarias de carácter neoliberal. Así, el nuevo orden agrícola avanza potenciado por dichas políticas fincadas en el libre mercado y apuntaladas por la firma de acuerdos comerciales, (entre ellos y el que mayores consecuencias funestas ha traído para nuestros productores es el TLCAN Cfr. Martínez, 2008); marcos jurídicos que facilitan la inversión de capital; utilización de nuevas tecnologías destinadas a obtener una mayor productividad y, sobre todo, grandes márgenes de ganancias. Dichos instrumentos de política comercial, al estar convenidos entre países que tienen grandes disparidades y desigualdades entre sí, benefician a los grandes productores (la mayor parte de los países desarrollados) y empresas agroindustriales transnacionales capaces de competir en los mercados internacionales, y excluyen a una gran masa de pequeños y medianos productores que no cuentan con, y no se les brindan, los recursos para hacer frente a esa competencia desigual y global, por lo que las estructuras productivas y el tejido social del campo están siendo desmantelados (FAO, 2013). Además, ese nuevo orden agrícola muestra otra faceta negativa que acompaña a esa modernización: el deterioro ambiental global. En efecto, las actividades agrícolas mundiales son responsables de un tercio de los Gases de Efecto Invernadero (GEI). La desforestación y quema de biomasa son responsables del 25% de bióxido de carbono, gas que más incide en el