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La maravillosa cueva de Altamira fue descubierta en 1868 por Marcelino Cubillas, que por aquel entonces trabajaba para el aristócrata Marcelino Sanz de Sautola, que visitó la cueva por primera vez en 1875. Pero no fue hasta 1879, cuando su hija María descubrió las pinturas en la bóveda de la cueva.

Desde entonces, Altamira ha sido objeto de numerosos estudios científicos que no sólo la han datado, sino que además han puesto de manifiesto el maravilloso conocimiento que nuestros ancestros tenían del arte y de la naturaleza.

Ya durante la Prehistoria, la cueva sufrió numerosos desprendimientos rocosos que dañaron las pinturas, pero fue precisamente el desprendimiento de la entrada de la cueva (hace unos 13.000 años) lo que permitió que el ambiente interno de la cueva se mantuviese y se conservasen las pinturas rupestres de una manera favorable.

A partir del descubrimiento de la cueva a finales del s. XX, por efecto del intercambio de gases con el exterior, las oscilaciones en la temperatura y las instalaciones que se construyeron para favorecer la visita por miles de personas, el ambiente interno de la cueva se desestabilizó y se tomaron medidas para su conservación.

Fue en el año 2012 cuando se inició un programa de investigación para determinar el impacto que la presencia humana tiene sobre la cueva.

Desde el 26 de marzo de 2015, las visitas han sido controladas, reduciéndose a una visita a la semana para cinco personas, de 37 minutos de duración, bajo un estricto protocolo de seguridad.

Pero es en enero de este año cuando Pilar Fatás, directora del Museo Nacional y Centro de Interpretación Altamira, ha afirmado que no se puede garantizar que las aperturas restringidas a la Cueva de Altamira se vayan a mantener mucho tiempo.

¿Será esto cierto? ¿Podrán los cántabros del futuro visitar su cueva más famosa? Veremos lo que las últimas investigaciones nos dicen.