Agenda Cultural UdeA - Año 2003 OCTUBRE | Page 6

ISBN 0124-0854 Nº 93 Octubre 2003 humanidad, de contribuir a su progreso, de portar los valores que humanizan al hombre. Los pueblos son ellos mismos si son capaces de contribuir con sus originalidades al logro de la justicia, de la equidad y del Afán de ser otros, lucha constante por el perfeccionamiento de la persona misma y de la comunidad. Sustentado este preámbulo se puede afirmar que el mayor legado de la cultura a la sociedad es la ciudad. La ciudad es la enriquecimiento de las calidades espirituales de las sociedades. Solamente ahora podemos hablar de la inmensa trascendencia que posee el patrimonio cultural en este proceso de humanización de la sociedad y del hombre mismo. Son esos intangibles, torrente memoria colectiva guardada, bien porque está presente en todas sus "edades", testimoniada por el urbanismo y la arquitectura que permanecen, bien porque ha desaparecido alguna de esas "edades", dejando un vacío, una carencia que entra en el plano de lo virtual y, más bien, del recuerdo. Los centros de las ciudades son por eso la tangibilidad de esa memoria, acumulado por milenios que como ápice desemboca en nosotros, los que nos hacen ser. Torrentes depurados y diferenciados, que provienen de lugares remotos yesos otros, los locales, los que definen nuestras identidades. Se funden luego y se vuelven uno, haciéndonos ser nosotros mismos. Torrentes que atañen a las partes más excelsas de la persona y a las más terrenales. Alimentos espirituales y sustentos terrenales que definen nuestros conceptos religiosos, éticos, estéticos, económicos. Ingredientes ancestrales que determinan nuestra ostensible en el espacio y cristalizada en la arquitectura. Por eso los centros históricos son la memoria de la identidad. Para leerla hace falta comprender sus códigos, descifrar cómo el espíritu de la comunidad se encarnó en los monumentos. El término monumento resulta, entonces, perfectamente asimilado al de "memento", es decir, conmemoración, recuerdo. Concebidos así los centros alimentación, nuestra sexualidad, nuestros hábitos y costumbres. Ese patrimonio históricos y, se puede afirmar que es el conjunto de la urbe antigua el que tiene trascendencia, el conjunto formado por la arquitectura civil, normal, generalmente usada como vivienda, y no solamente las piezas destacadas de la arquitectura, sean éstas de carácter civil o religioso. Los espacios de la urbe son como el sustento dentro de la orquestación de la ciudad, como el espiritual e intangible es el nutriente de nuestra identidad. El afianzamiento de la misma, su constatación y refuerzo, está en el patrimonio tangible. En el conocimiento y reconocimiento de los dos está la posibilidad de ser otros, siendo nosotros mismos. No como otros, no imitativos, no enajenados.