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En busca del Alma Indígena II

Sin embargo, aún nos quedaba una última recompensa en Chiapas (como si lo hubiéramos merecido) Muchos kilómetrosde carretera más tarde,enfilamos las rampas de entrada de la finca Argovia. Nos recibieron con los brazos abiertos y un joven biólogo llamado Martín nos acompañó para mostrarnos el mar de cafetales. Disfrutaba como un niño con aquel trabajo que le acercaba a las montañas, a las plantas tropicales y a los viajeros que pasaban por ahí. Con él visitamos los cultivos de flores: leuteas, tagamis, aves del paraíso, tobagos, andrómedas y orquídeas. Los trabajadores recopilaban las helicóneas lavando en silencio y con cuidado cada flor, en una actitud que sublimaba aquellos ramos. Visitamos las mil especies de palmeras, los campos de bambúes y las lagunas con sus lirios.

La Argovia es uno de esos lugares donde apetece quedarse para siempre. Tiene la paz de los rincones apartados, el embrujo de un paisaje abierto entre las montañas y el lirismo de los jardines naturales. Brindamos por el día en que volvamos a brindar en Chiapas y nos fuimos a dormir.

Me levanté antes del amanecer y lamenté no poder tomar un café mientras perdía la vista en los cafetales. Había dormido en una casita de madera con terraza, en un rincón apartado de la finca Argovia. No podía pedir más. Despuntaba el sol y comprendí que eran las últimas horas que pasaríamos en México durante la vuelta al mundo.

Manlio Fabio nos acompañó hasta la frontera con Guatemala.Nos había guiado como un gran profesional y nos había tratado como un viejo amigo. Miré hacia atrás para recordar dónde queda Chiapas y me giré hacia delante para encarar el camino a Centroamérica.